Entre mis múltiples defectos y son legión no está el de pensar mal de la gente. Por eso, al anunciarse una noticia de última hora protagonizada por las ministras de Sanidad e Igualdad al alimón, he barajado posibles medidas urgentes, justas y necesarias en rápida respuesta a escándalos recientes: acabar con las promociones en discotecas para niñas con minifalda, enchironar a los que subastan pequeñas con billetes de Monopoly, multar a los que cuelgan pósters con enanas enseñando sin rubor la vagina a los churumbeles, evitar que la SGAE apande ingresos de conciertos destinados a luchar contra alguna enfermedad incurable, promover la investigación precisamente de dichas dolencias o incluso disposiciones varias con objeto de agilizar las listas de espera. Pues no. Usted ya sabe de sobra que no puede mandar a su niña de, pongamos, catorce años al estanco, porque fumar mata, ni pedirle que le suba unas cervezas de la tienda de la esquina; que para comprarle un móvil a la peque o al peque necesita la firma, el DNI y la presencia física del progenitor en cualquier larguísima cola de una tienda Movistar. Tampoco puede, y con razón, la niña o el niño ponerse un piercing, hacerse nuevos agujeros en las orejas o tatuajes sin su permiso; ni se le ocurre mandarlos a la farmacia a por Clamoxyl sin receta. (Los antibióticos sin receta no se los venden ni a usted). Su retoño está permanentemente controlado: si llega tarde a clase o se porta mal, la plataforma Rayuela celéricamente se lo comunicará a los tutores vía móvil o internet. Pues bien, gracias a los buenos oficios de ambas ministras, dentro de poco si su niña quiere la píldora del día siguiente, (unas hormonitas de nada), en la farmacia se la facilitarán sin más requisitos a pesar de su tierna edad y sin que usted se cosque. ¿Esta innecesaria, disparatada, incoherente y polémica medida justito antes del debate, tras la triste valoración de ambas titularas, con las cifras de paro actuales y a un paso de las Europeas? Algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca.