Periodista

Los partidos nacionalistas pueden gustar o no, incordiar o no, desestabilizar o no. Pero ocurre que, por razones complejas --y más allá de preferencias subjetivas--, estos partidos no sólo existen, sino que desempeñan un papel descollante. Sus adversarios deben combatirlos en el terreno estricto de la política.

Patrocinar que su presencia sea recortada mediante cambios legales es un disparate. Peor aún: suministra argumentos al victimismo, del que los nacionalistas son consumados artistas. Rodríguez Ibarra, político lúcido y, por lo general, coherente, tendría que frenar en seco estas incontinencias conceptuales. La realidad no se modifica a patadas, ni siquiera dialécticas. Y con tal actitud hace un flaco favor a sus colegas: a Maragall, ahora; a Zapatero, en el futuro.