Las terminales políticas y mediáticas de esa derecha que tiñe de azul el nuevo mapa del poder municipal se rasgan las vestiduras por lo que consideran una intolerable coacción a los nuevos alcaldes. Así han valorado las algaradas que los llamados indignados montaron a las puertas de los ayuntamientos el sábado pasado, mientras se constituían las corporaciones locales y se elegían a los alcaldes, o alcaldesas, según el recuento electoral del 22 de mayo.

Los mismos que se pasan el día acusando a la Fiscalía del Estado de estar a las órdenes del Gobierno, los mismos que ponen en duda la legitimidad del Tribunal Constitucional, los mismos que se atreven a sugerir la colaboración del ministro del Interior con una banda terrorista, los mismos que han acusado a la policía de fabricar pruebas falsas para forzar una determinada sentencia por los terribles atentados del 11-M en Madrid, se escandalizan ahora de que los acampados en las plazas de España pongan en duda la legitimidad de los electos.

Es verdad que bloquearon la entrada o la salida de los concejales, que les llamaron de todo menos bonitos, que les abuchearon y que les gritaron: "Que no, no, que no nos representan". Pero elevar el tono para calificar estas algaradas de chantaje a la democracia , nada menos, como hizo Francisco Granados , consejero del gobierno madrileño de Esperanza Aguirre , me parece que es sacar los pies del tiesto. Sobre todo sabiendo que las intervenciones policiales impidieron que finalmente las corporaciones quedaran legalmente constituidas. ¿Es que se van a resentir las cuadernas del sistema democrático porque un puñado de muchachos llamen corruptos en plena calle a los políticos cuando realmente hay bastantes que no lo son?

En todo caso, constatamos la ruidosa presencia de los indignados como uno de los rasgos específicos del nuevo paisaje político de los ámbitos locales, junto a la fractura de la izquierda, el potente retorno del nacionalismo a los ayuntamientos (catalanes y vascos) y las formidables cotas de poder municipal conquistadas por el PP en las recientes elecciones.

Harán mal todos esos políticos, sobre todo los que se reclaman de la izquierda, si no se toman en serio este aldabonazo que ha sonado en las glorietas de la España urbana. Aunque hayan cometido excesos el pasado fin de semana, no se puede ignorar que millones de españoles --los que miran a la clase política como nuestro principal problema, después del paro y la crisis económica-- sintonizan con el espíritu de este movimiento por una verdadera regeneración del sistema democrático.

Es absurdo reducir la expresión de ese malestar, aún sin encauzar, a una puntual reprobación de la legitimidad de los nuevos alcaldes a las puertas de los ayuntamientos.