TUtna nueva contienda se cierne sobre la persona. El mundo de los dominadores lucha por absorber al individuo, al sujeto pensante, al que quiere ser yo, o mejor dicho aquel que ahonda en sus patios interiores para saber cómo ha llegado a ser quien es. Los dictadores son una casta terrible y temible, que germinan por doquier espacio, también por las atmósferas que se dicen democráticas y de derecho. Cada día son muchas las personas que pagan una alta factura, hasta la propia vida, por el privilegio de querer ser uno mismo. Cuando se habla de tantos avances, cuesta entender: ¿por qué no puedo gozar a mis anchas del yo --persona-- y he de soportar tantas interferencias sobre mí? Desde luego, no hay fundamento alguno para renunciar a las célebres libertades de pensamiento, de conciencia, de reunión o de expresión. Téngase en cuenta que la buena convivencia siempre comienza por la autosatisfacción de cada ser humano. Puede que sea lo que soy por mis raíces, por el lugar en el que vivo, pero soy también mi voluntad de ser yo. Afortunadamente, el querer también lo es todo en la vida. En consecuencia, si en verdad se lleva el lenguaje del entusiasmo consigo, nada se nos resiste, y los opresores acabarán por entregar su furia.

En cualquier caso, a los dominadores, que pretenden crear un mundo a su medida y no a la medida de cada ser humano, nada parece importarles el cumplimiento del derecho natural, aquello que es justo en virtud del orden innato de las cosas, expresión libre de una sabiduría inherente a toda persona. Gracias a mujeres y hombres que exploran los senderos del mundo, a los relatores especiales, siempre en alerta como guardianes de vidas humanas, dispuestos a informar públicamente y a formar conciencia a través de sus denuncias a pie de obra, sabemos que en el mundo siguen aumentando todo tipo de violaciones y violencias. Por cierto, en numerosos Estados la tortura de los tiranos es tan pública como notoria y, tan continua y permanente, como persistente. Ellos son la ley y los salvadores del mundo. Y hacen lo que les viene en gana con el individuo, al que pueden comprar y vender, utilizar como divertimento y arrojarlo a las llamas del desprecio cuando se cansen de él. Con estas mimbres resulta imposible avanzar en el respeto hacia el yo, que todo ser humano merece.