WLw a extendida mala fama que, con todo merecimiento, arrastran las comisiones de investigación parlamentarias en nuestro sistema democrático acaba de acumular un nuevo argumento: el infame carpetazo dado por la mayoría popular de la Asamblea de Madrid a la investigación de los presuntos espionajes a cargos públicos de esa comunidad. Una vez más, el férreo control partidista de las instituciones legislativas se ha impuesto al mandato ético que los diputados deberían asumir cuando son llamados a investigar un caso turbio como el que estalló hace unos meses a propósito de las denuncias de seguimientos e informes secretos sobre los movimientos de políticos madrileños. La responsabilidad del precipitado cierre de esta comisión debe achacarse en exclusiva al PP, y más concretamente a la porción del partido de la derecha que controla la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, quien desde hace meses acaricia la idea de presentarse como alternativa a Mariano Rajoy, si bien esa idea está ahora en hibernación después del éxito de Galicia.

Los trabajos de la comisión han sido una impresentable chapuza. Para llegar a esta conclusión basta solo el no baladí dato de que los presuntos espiados --cargos relevantes del Gobierno madrileño o del ayuntamiento de la capital de España-- ni siquiera han sido llamados a comparecer. Estamos, por tanto, ante un flagrante y de todo punto censurable ejercicio de cinismo político, sobre todo porque el principal argumento para finiquitar las tareas de la comisión son informaciones aparecidas en la prensa en las que se subrayan algunas contradicciones con las denuncias, pero nunca niegan el núcleo del escándalo. Y este no es otro que, alrededor de la Comunidad de Madrid, en organismos de esa administración, se montaron operaciones de espionaje de políticos, no se sabe si para pillarlos en operaciones irregulares o para controlar sus relaciones en el campo de la política.

La duda ahora es si Esperanza Aguirre saldrá políticamente viva de este episodio, del que se columbra la descarnada cara de las luchas intestinas. La reacción de la presidenta madrileña ha sido similar a la adoptada por los grandes líderes ´neocons´, con Bush a la cabeza: negarlo todo y esperar a que quienes denuncian la evidencia cometan un error para lanzarles toda la artillería. A Aguirre puede salirle bien la operación en el terreno de juego madrileño, donde los medios de comunicación están muy polarizados y juegan papeles decisivos, pero es difícil que fuera de Madrid pueda presentarse desde hoy como una alternativa seria a dirigir la derecha española. Es, también por eso, el momento idóneo para que Rajoy investigue dentro de su casa lo que Aguirre no ha tenido a bien destapar.