TCtuando yo era niño, en invierno se formaban capas de hielo en la superficie de los charcos, eran carámbanos muy finos y reflectantes, como espejos, que nos gustaba fragmentar a pedradas para romper la luz reflejada del cielo. Solíamos calzar botas katiuscas de goma negra cuya caña cubría hasta la mitad de la espinilla, e incluso algunas, hasta la rodilla. Con ellas puestas pisoteábamos esos charcos hasta enlodarlos, el que no tenía katiuscas se excluía del grupo de pateadores y se convertía en un aburrido espectador que observaba con inevitable envidia como sus compañeros de juego chapoteaban en el agua embarrada sin miedo a mojarse los pies. A algunos padres no les gustaba hacerse cómplices de esa acción destructora de sus hijos, ya no porque el hecho de enturbiar el agua cristalina y convertir el charco en un espeso barrizal fuera un acto reprochable, sino porque no querían que metieran en casa el barro que irremediablemente se quedaba pegado a la suela del calzado de goma. Estos padres compraban a sus hijos zapatos gorilas, un calzado todo terreno, fuerte y duradero, con los que además regalaban una pelota de goma que solíamos usar para jugar a los pelotazos o a los guarrinos, juegos ambos que consistían en lanzarse unos a otros la pelota lo más fuertemente posible con la finalidad de que el que recibiera el pelotazo se resintiera y escociera. A veces la pelota se desviaba hacia algún viandante adulto ajeno al juego y al recibir el golpe de la maciza pelota, exclamaba irritado: "¡Niños¡ ¿por qué no os vais a jugar a vuestras casas?".

Cuando yo era niño, incluso en invierno, la calle estaba llena de chavales que hacíamos carreras de barcos de papel en los regatos que se formaban en el asfalto agrietado cuando llovía; jugábamos a indios y pistoleros, y con frecuencia nos revolcábamos por el suelo para evitar ser alcanzados por la flecha imaginaria de algún indio sioux o por la bala ficticia de algún malvado forajido; echábamos partidillos de fútbol de hasta cuatro horas de duración en barrizales. Nuestros padres nos regañaban porque apenas parábamos en casa.

Ahora los padres solemos lamentarnos: "Si es que los chicos de hoy apenas juegan en la calle".

*Pintor