El día en que Paris Hilton salía de la cárcel, o entraba, una presentadora se negó a abrir su programa con la noticia. La noticia era palpitante y la personalidad arrolladora por narices: aunque maldita la falta que nos hace, todos conocemos a Paris Hilton. Ninguna otra generación ha tenido que soportar tal avalancha de conocimientos inútiles y de personalidades kleenex, cuyas hazañas igual rellenan papel para sonarse las narices que para limpiarse lo otro. Ante tamaña cantidad de información, la mayoría de los medios se han convertido en eso, en medios kleenex, y tribunas antes consideradas serias se suman a la celulosa sucia. Contra eso, a lo mejor, protestaba la presentadora.

La primera mujer que presentó un telediario en Francia lo hizo con sombrero, y, antes de que Lorenzo Milá nos llegara con su entusiasmo y su aire fresco, todos los presentadores de TV llevaban corbata. Con sombrero y corbata, transmitían hechos y declaraciones graves, sólo realizables por personalidades importantes.

Luego advino lo inevitable. Cuando mataron a John Lennon la gente dijo que su música era tan buena como la de Beethoven y se inició una era de relativismo moral, que mezcló personajes y personajillos, la teoría con el chisme, la idea con la mala idea, y ahí estamos.

Esta semana han sucedido algunas cosas en Corea, Chad o incluso España, pero las primera páginas la han copado, por ejemplo, unos principitos ingleses que rememoraban el culebrón Diana . En la sección de de cultura Woody Allen ha debido bregar con un enjambre de políticos y una ministra de educación (la de Pixie y Dixie, sucesora de otra ministra que fue fan de Sara Mago). Finalmente, en información nacional, un opositor que, en confesión propia, sólo se mueve por sentido común, ha prometido que, cuando sea presidente, sus muertos portarán distintivos rojos.

El rojo le va muy bien a Paris Hilton.