XExsta cuestión de estar cotidiana y puntualmente informados, la tenemos cada vez más difícil los ciudadanos, nos lleva mucho tiempo y además empieza a resultar cara. Por ejemplo, para aproximarse a cualquier tema de enjundia, uno necesita leer, al menos, un par de periódicos de sensibilidades opuestas, escuchar otras tantas emisoras de radio de afinidades diferentes y superar perplejidades y asombros. Y la verdad es que esto es pedir demasiado. Así que, al final, optamos por reducir gastos y ahorrar tiempos y acabamos por la opción de la voluntaria desinformación o, alternativamente, nos adscribimos a un grupo de comunicación, renunciando a que nos informen y resignándonos a que nos adoctrinen.

El impacto que los medios de comunicación tienen en nuestra sociedad es tan grande que los convierte en órganos de poder, con las consecuencias que esto tiene para la sociedad. Y los grandes valores que se escriben siempre con mayúscula y conforman nuestra sociedad, un tanto mediatizados, en algún caso incluso devaluados. Y al final puede resultar que los ciudadanos acabemos siendo incapaces de decir lo que vemos o sentimos, si no hay alguien que sabiamente interprete nuestras vivencias para poderlas expresar. Y si desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, leemos siempre el mismo periódico y escuchamos o vemos las mismas emisoras o canales de televisión, la dicotomía rampante de una sociedad dividida en dos banderías irreconciliables, está servida, ¡Dios mío!, qué camino tan triste para acabar en lo de Frascuelo y Lagartijo.

Es muy difícil intuir cómo será el siglo XXV, pero, a lo mejor, mas bien a lo peor, los períodos históricos, materia de análisis de los estudiantes de este venidero siglo, son de este tenor... el triunfo del feudalismo en la Edad Media, el Renacimiento y el poder emergente de las monarquías absolutas, la Revolución Francesa, la caída del comunismo, las sociedades democráticas, el imperio de los medios de comunicación... Y nosotros, sin saberlo, estamos ya en este periodo. Y a base de encuesta va y encuesta viene, se acaban organizando las doctrinas y los valores. Y esto resulta francamente turbador. Cuanto más demócrata se sea, más debe perturbarnos esta cuestión. Porque las bases del juego que permiten el avance social está en la cualificación de la oferta. Un partido o grupo político cree firmemente en unos valores, por convencimiento ético e interno de su justicia. Y en el marco de ellos puede proponer programas temporales para la solución de problemas concretos. Y es bueno y deseable conocer lo que la sociedad opina sobre ellos y obrar en consecuencia. Pero el límite de los valores éticos debe permanecer. Hitler subió democráticamente al poder en Alemania, y lo que es más, consiguió una mayoría muy significativa. Pero aunque en la sociedad se impusiera una corriente racista mayoritaria, no por eso uno va a alterar sus valores para adaptarlos a las singularidades del momento. Al contrario, la lucha y el testimonio son en estas ocasiones más necesarios que nunca. Los cambios políticos de fondo nunca son sobrevenidos, hay siempre un largo camino de pequeños pasos, que, en sí mismos, podía parecer que se pueden dar, pero que van tras otro, nos suelen llevar a veces a situaciones que nunca hubiéramos querido tener.

Tanto en lo territorial como en lo social, la España de hoy sólo necesita hechos y palabras que unan informaciones y opiniones todas, los adoctrinamientos para los catequistas, sean laicos o religiosos.

Por lo demás, bienvenidas sean las luces navideñas, los votos de afecto y cordialidad y ese ingenuo, como bendito propósito de ser mañana mejor que hoy.

Que sean felices.

*Ingeniero y director general de

Desarrollo Rural del MAPA