Esta semana se difundió el denominado Informe Pisa 2015, con el que se pretende poner sobre la mesa, bajo un muestrario de, en el caso de España, más de cuarenta mil personas, el estado de la cuestión de nuestros alumnos. En escenario territorial, por Comunidad Autónoma, analizando sus capacidades en lectura, comprensión, matemáticas y ciencias. Parece, según el mismo informe que se realiza cada tres años, que las expectativas con respecto a otros anteriores muestran una ligera mejoría. Resalta, agravándolas, las diferencias entre territorios, quedando, el caso de Extremdura, no muy bien parada, en cuestiones tales la lectura, comprensión, matemáticas y ciencias.

Pues bien, con las prevenciones siempre que hay que tener con respecto a estos informes, y el diferenciado contexto entre países europeos, asiáticos o de otras latitudes. Lo que merecía una reflexión está relacionado con la capacidad de generar un sistema educativo que ofrezca a nuestros alumnos, las suficientes habilidades para enfrentarse a la sociedad actual, desde unos sólidos conocimientos, capaces de darle y generarles buenas expectativas como ciudadanos, personas y profesionales.

Siempre se pone la referencia de Finlandia, un país que conozco bien, y en el que tengo buenos amigos. Un territorio marcado por su situación fronteriza, y por la independencia de Rusia en 1917. Que convive con una situación geográfica que le ofrece la riqueza de una diversidad histórica, lingüística y cultural. Cuando pregunto a mis amigos finlandeses, en el marco de esa diversidad, que es lo que valoran, siempre me señalan su obsesión por potenciar el talento humano, por incentivarlo y promoverlo. De hecho, de ahí viene esa especial consideración por el maestro, como el generador de ese sistema de apostar por el talento y el esfuerzo; especialmente, desde el sistema educativo. Otorgando a esos profesores un papel destacado en el desarrollo de esa sociedad de ciudadanos.

Los que hemos sido estudiantes, además de marcarnos nuestros primeros amigos, el entorno del colegio, el aprendizaje de las primeras nociones de matemáticas y de lengua, han sido nuestros profesores. Y, muy especialmente, los buenos, aquellos que han contribuido a formar nuestras voluntades, los que tanto insistieron en la cultura del esfuerzo, que aquel aprobado o el sobresaliente era más parte del mérito del esfuerzo, que de la casualidad del estudio.

Tengo que reconocer que aún mantengo viva en mi memoria muchas de las clases y de los ejercicios de lengua y matemáticas y la pedagogía, casi machacona, de mis profesores en cuidar las faltas de ortografía, y practicar la lectura, como mejor manera de adquirir una destreza en la expresión del lenguaje. Porque nos decían, debemos formaros para la vida.

De ahí, que sea tan importante apostar en cualquier sistema educativo por la formación de los profesores, que son fundamentales si queremos generar la firmeza de un sistema de enseñanza, que nos proporcione habilidades para ejercitar nuestros derechos y deberes como ciudadanos. Mucho se insiste, y esto es real, en la aplicación de las nuevas tecnologías en las aulas, una aseveración certera. Aunque, sin postularme como docente, ni mucho menos entendida en la materia, creo que si somos capaces de formular una formación sólida a nuestros profesores, además de otorgarle el concepto de autoridad del que son merecedores en una labor de compromiso por la educación, habremos, quizás, dado con ciertas pautas para que nuestros estudiantes obtengan la educación más correcta, y adecuada a los desafíos de la sociedad de hoy y del mañana.

Esos informes tienen la virtualidad que tienen, que no es otra que el de hacernos reflexionar, y analizar los datos sobre los encuestados. Y en esa reflexión sí que merecería hacer una crítica y autocrítica hacia sistemas pedagógicos, y algunas lecturas de textos en las aulas, que, cuando una las lee parece dibujar un mapa histórico y geográfico de nuestro país, parcial, y no ajustado a la realidad ni en la forma, ni en el fondo. Yo recuerdo utilizar un libro y compartirlo con mi hermana, y el ejercicio diario de apuntes, deberes y talleres. Quizás convendría trabajar en esa pedagogía de enseñarnos a leer, escribir, y aritmética, como parte sustancial desde donde nace cualquier saber científico y educativo, como análisis de una forma crítica de entender la propia vida.