Escritor

Este conocido mío, con un sueldo de cierta importancia, considera un infortunio cuando enfila desde Madrid, por la N-V, hacia Badajoz. Lo que no sabe es que el infortunio no es el suyo, sino el de Badajoz. Llegó hace ya algunos años, despotricando de la Constitución, de Adolfo Suárez, y a Felipe González ni lo nombraba, porque lo consideraba el innombrable. Como tomaba café conmigo todos los días, y de tonto no tiene un pelo, me oía respirar que la Constitución era lo menos malo que nos había pasado; me oyó decir que algún día Adolfo Suárez sería un político venerado por los mismos que lo execraban, comenzando por él mismo, y que Felipe, con todos sus errores, nos había colocado ante el portal de Europa, que Aznar sólo tuvo que empujar para entrar dentro. Este conocido mío pronto fue distinguido por la Junta con una dirección general, y en la conversación se le notaba un timbre agridulce, como de estar de vuelta de todo. Ya bien colocado en el ambiente empresarial, volvió al puesto que tenía allí bien dotado, hasta que llegó una empresa que lo ha retirado como se retira a una puta de la circulación por un ricachón con la cosa morcillona pero con una lengua que hace verdaderos milagros.

Ahora mira el infortunio de los demás con cierta sonrisa de caballero de Olmedo, o de estar como el indiano que vuelve rico y poderoso. Está en una fase de su vida en que el infortunio sólo reside en Badajoz, donde es difícil para él sentirse a gusto siendo de Madrid. O sea, que habla de Badajoz echando pestes, pero sin aportar nada para ver de evolucionarla. Tiene además esta ciudad un sambenito con el calor que la persigue de por vida, que desde que la conozco, todos se querían ir a Laredo o a San Sebastián, lo que ahora es La Antilla, adonde corren desalados todos aquéllos que lograron juntar unas pesetas y creyeron así salvarse.

Todo esto me coge ya viejo, y pese a todas las diferencias que tengo con la ciudad, y sobre todo con Al-Mossassa, todavía cuando el viento rola al oeste y me llega la brisa del océano, idealizo mi vida, y aunque este ideal me dura poco, es suficiente para dejar para otro día mi desaparición definitiva, y prefiero ese viento a solucionar mis problemas en El Corte Inglés.