El estallido del campo tras unos años de sequía, malas cosechas, importaciones, y subidas de costes como el salarial, nos conduce a una semana con cortes generalizados de carreteras nacionales y algunas autonómicas este martes, y la emulación que otras organizaciones intentarán hacer tres días después.

El incendio general en España induce a lecturas paralelas como la del protagonismo a todo nivel que los promotores de estas movilizaciones están teniendo, esa derecha agraria que hace más de una semana anunció que iba a «colapsar» Extremadura y que solo dejaría entrar y salir a quienes ellos decidieran, que eran las ambulancias y las fuerzas y cuerpos de seguridad.

Escuchando tales palabras, repetidas a lo largo de estos días, totalmente lógicas porque si te quieren hacer caso hay que hacer ruido, y poniendo la oreja a continuación, ha destacado el silencio en los primeros momentos de instancias a las que los ciudadanos han entregado el poder y que deberían haberse pronunciado.

Oyendo a la derecha agraria tal parecía que es la dueña de Extremadura, e indudablemente su audacia en este asunto le ha colocado en gran medida en esa posición. Ni desde el poder político autonómico, la Junta, ni desde el central, Delegación del Gobierno, hubo respuesta, o al menos la suficiente, que equilibrara fuerzas y dejara a cada uno en su sitio; estamos en un sistema democrático de derechos, y ni la calle es ya de Fraga, o de su sucesor actual Marlaska, ni nadie por mucha razón que posea puede cerrar un territorio a su gusto.

Todos estamos con ellos, los agricultores y ganaderos, en una región intrínsecamente agraria -nunca le dejaron, ni ella se procuró otra--, administrativa (sobre todo), turística (con las limitaciones del clima en verano) y a la que la única industria no primaria que se le ha concedido es la de producir electricidad para otros.

Son familia, ellos son vecinos, forman parte eterna de la economía desde aquel trío que atrajo a los romanos a la Península formado por el olivo, el cereal y la vid-vino. Nutren de vida y economía los pueblos, sostienen y cuidan el paisaje, nos alimentan... Con la integración europea se han convertido, empero, en la moneda de cambio porque están lejos de las urbes protagonistas, no aparecen en la escena social ni política, y si la Unión que no puede ser autárquica quiere exportar los coches ‘premium’ alemanes, los Airbus, y otros productos tecnológicos e industriales, admite naranjas, cereales, soja, miel, lo que haga falta, sin las mismas exigencias sanitarias y por supuesto al precio de baratillo que multinacionales y grandes empresa locales consiguen allí por los bajos costes.

El Gobierno de Sánchez, el Gobierno de Fernández Vara, recibe en este asunto palos por la derecha y por la izquierda. Todo este estallido agrario no habría sido tan virulento si no fuera por las circunstancias políticas, en las que las derechas, que siguen sin procesar la derrota electoral, han visto un frente más en un campo por ende abonado dada la trayectoria conservadora del campo.

Desde la izquierda también hay palos, aunque sin resolver, por la sencillez de los argumentos, la ecuación de cómo la Unión Europea puede ejercer su papel solidario con terceros países, regiones mundiales que reclaman igualdad, sin perjudicar de alguna forma a la agricultura, ya que el intercambio suele ser productos tecnológicos, por primarios. Es sorprendente que dos fuerzas en coalición no tengan el mínimo discurso pactado, en esa impenitente división que agrieta el bloque progresista.

Ya la Junta reaccionó algo. Hubo declaraciones en Bruselas, en Madrid, que algo remediaron de la desafortunada respuesta inicial, también, del ministro Planas, cuando dijo algo similar a que los precios no iban con él. Para ahora subrayar que deben conformarse desde el origen, los costes, al revés de ahora.

La legislatura va a ser muy dura. Y Extremadura no se va a librar. Las elecciones siguientes empiezan a poder perderse al día siguiente de haberlas ganado. La situación no ayuda: problemas presupuestarios, sanidad desbordada, cifras desfavorables de empleo, contracción económica. Y aunque la derecha regional no anda boyante, necesitada imperiosamente de renovación, para combatir tendencias solo caben banderas de enganche y el rearme del sector primario, 3.500 cooperativas en España, ninguna entre las 50 grandes europeas, y qué hablar de nuestra Comunidad, podría ser una, o el reequilibrio social y económico de España otra.

*Periodista.