Estación de tren Maastricht (Holanda). Los pasajeros procedentes de Bélgica se bajan del convoy y recorren el andén. Una pareja de policías allí presentes controla la documentación de algunos de los pasajeros. La escena para alguien que observa es clara: primero ve cómo piden la documentación a dos negros, después hacen lo propio con dos varones de rasgos árabes. La observadora lo comenta con su amiga, «fíjate a quiénes paran». Pero no se espera la escena posterior: ella y su acompañante son las siguientes registradas. Y es que el color de piel también les delata, por mucho que justo antes se creyeran exentas, libres de los controles a los que son sometidos los, en apariencia, no europeos.

Esta anécdota carece de importancia al no dejar de ser puntual para las dos españolas que estábamos allí, pero cabe analizar cómo se sentirán aquellos a los que sus rasgos les hacen ser parados cada día -como me hizo saber uno de los chicos negros justo después, indignado-.

Me pregunto también cuántos españoles habrán vivido escenas similares. Sólo en Extremadura, más de 30.000 jóvenes se han marchado desde el inicio de la crisis, muchos de ellos emigrando al extranjero. Los que estamos fuera nos solemos autodenominar ‘expatriados’, con la misma facilidad con la que inconscientemente calificamos de ‘inmigrantes’ a aquellos que han venido a España buscando exactamente lo mismo que nosotros: mejores oportunidades.

Quizás la crisis esté sirviendo para dar un baño de cruda realidad a una generación, la mía, que estudió soñando con vivir en un país rico y de oportunidades y se despertó en la pesadilla del desempleo y la precariedad. Quizás el racismo latente que podemos intuir en otros países más afortunados nos valga para empatizar con aquellos que llegan a nuestra tierra. Si tienen la oportunidad de viajar allende de los Pirineos fíjense por ejemplo a quiénes van directos los revisores a chequear el billete de transporte. Porque creíamos jugar en la «Champions de la economía» pero nuestros vecinos del norte tienen el concepto de «mediterráneos» tan en boca como aquí ignorado. Porque no hay diferencia real entre un inmigrante y un expatriado. Porque en cualquier caso hace tiempo que perdimos cualquier estatus.