He tenido la fortuna, hace bien poco, de visitar el Instituto Tecnológico de Dundalk (Dundalk Institute of Technology), a una hora en coche de Dublín, y he podido comprobar lo bien preparada que está, y las grandes, nuevas y modernas oportunidades de formación que ofrece esta universidad a los alumnos Erasmus de muchos países, incluidos también los de la Universidad de Extremadura.

Tuve la oportunidad de recorrer sus instalaciones y, creedme, son extraordinarias. Espacios amplios, dotados de recursos modernos y de calidad en los que se mueven, en un ambiente estudiantil envidiable, un gran número de estudiantes de diferente creencia, religión, sexo y condición.

Y, al verlos a todos mezclados por los pasillos, con sus mochilas a cuestas, recorriendo las instalaciones intentando localizar cada uno su aula para esconderse en ellas inmediatamente, dejando el pasillo exento hasta la próxima hora, no tuve por menos que recordar, por un momento, aquellos años de la universidad en los que todavía no éramos conscientes de lo rapidísimo que el tiempo se escabulle, no sé muy bien, todavía, por dónde.

Las becas Erasmus, que permiten a los alumnos pasar temporadas en países diferentes para que completen sus estudios, supone un gran aliciente y un valioso complemento en sus procesos de aprendizaje, porque no solamente aporta un enriquecimiento personal en la adquisición de nuevos conocimientos, sino también un acercamiento e intercambio de culturas y el dominio de nuevos idiomas, que facilitará a los estudiantes la interrelación entre iguales con diferentes formas de hablar, de pensar y de actuar.

Hay, sin embargo, algo que me llamó poderosamente la atención y fue el hecho de que, curioseando por los pasillos interminables del edificio, fui a parar a una gran cafetería, llena de alumnos, de países diferentes, donde se suponía que debería haber un gran intercambio de comunicación entre ellos, un hervidero de voces entrelazándose entre ellas, pero, sin embargo, no era así. Había un silencio raro, extraño, teniendo en cuenta el gran número de alumnos que se congregaba en la cafetería.

Observé un momento y vi que en las mesas había alumnos cuyos rasgos físicos delataban su procedencia: de África, de América del Norte, de América Central y del Sur, de Europa... Estaban juntos sentados a las mesas, tomando café y té en vasos reciclados con tapa para mantener el calor, pero nadie hablaba con nadie. Estaban todos callados. Tenían sus miradas clavadas en sus móviles. No hablaban con sus compañeros de mesa, como antes hacíamos. Estaban totalmente inMOVILizados. ¡Tenían en sus manos ese aparato milagroso que les acercaba mucho lo que estaba muy lejos, pero, desgraciadamente, les alejaba también mucho lo que tenían tan cerca!