Esto es dramático! Intolerable, ¿de veras que no les parece increíble la última del «aviador» Pedro Sánchez? ¿Creen que es admisible que haya aceptado como condición para reunirse con Torra colaborar para facilitar la llegada a Cataluña de Puigdemont? Pero ni de lejos es lo más difícil de asimilar: ¿qué me dicen de que Iglesias haya reconocido que en el pacto de investidura de la moción se ha convenido la prohibición de los toros en todo el país? O estamos curados de espanto, o es del todo imposible que pasemos por alto que Rajoy, ahora fuera del cargo, reconozca que conocía de primera mano (vía Rato) la situación de Bankia y calló para permitir su salida a Bolsa.

Bueno, paren las rotativas. Nada de todo lo anterior es cierto. Ni de lejos. De hecho, todo está inventado en unos pocos minutos, el lapso exacto que se tarda en escribirlo. Lo que ocurre es que, en estos «nuevos» tiempos, ni siquiera parece importante que sean ciertas. No. Vale con que «pudieran» serlo. Lo verdaderamente relevante es que no importan que no lo sean.

Sólo en esta semana hemos visto bulos sobre una entrevista a Pedro Sánchez en estado de embriaguez o atribuyendo a Rafael Hernando, portavoz popular, unas declaraciones mofándose del nuevo gabinete, calificándolo de «harén» del presidente. Mónica Marchante, periodista deportiva, tuvo que salir apresurada, entre el susto y la confusión, a desmentir que hubiera vertido críticas en su cuenta particular de facebook contra su compañera María Gómez. Bienvenidos al imperio de la «fake news».

No nos engañemos, si hay algo de novedoso en todo esto es únicamente el formato, con el enorme amplificador que suponen las redes, y su generalización «democrática», son un instrumento al alcance de todos. Porque el uso de la mentira como arma de convicción de masas ya tiene unos años.

Ocurre que la difusión de estos libelos, de estas mentiras disfrazadas de noticias, se ha demostrado muy potente. Es fácil «viralizar» algo y pasar la pelota del desmentido a quien, curiosamente, es el inocente protagonista de lo que quieran achacarle. Y no, no valdría aquí el descargo de la indignación o la defensa de la presunción de inocencia. Porque las pruebas dicen lo contrario.

La realidad se empeña en demostrar que cada día tenemos una tendencia más acusada al sesgo de confirmación: damos completa y rápida credibilidad a aquello que confirma lo que ya pensábamos o ataca a quien consideramos rival, «enemigo». Es una mezcla explosiva si lo sumamos a (hay que reconocerlo) que pocos recurren ya a más de una fuente, pocos contrastan antes de opinar. Las cifras de noticias más leídas, de visitas a páginas web y de enlaces compartidos no mienten. Estamos deseando «creer».

Compramos porque queremos confirmación a nuestros dogmas o buscamos soporte para la indignación. Y justo eso, en consecuencia, nos venden medios y partidos: vivir en un permanente 28 de diciembre. Como en los anuncios en los que las hamburguesas lucen sanas, sabrosas y enormes en su tamaño, tragamos por el sabio condimento de la verosimilitud y la salsa de la credulidad. Suficiente para hacer la venta, aunque sospechosos que la realidad dista de la imagen que vimos.

El paroxismo de este impostado modelo de comunicación ha sido Míster Trump, que se ha aupado al trono en una paradoja basada en criticar las «fake news» al mismo tiempo que las utilizaba a su antojo para crear opinión, dividir a rivales o, directamente, confundir a todos. Trump, que será un bufón pero que está lejos de ser el idiota que reducciones simplistas nos quieren hacer creer, ha manejado con maestría dos aspectos de estas noticias: el carácter efímero de la actualidad, que se supera y sobrepone permanente a sí misma, y el hecho de que existen nuevos medios de comunicación que no pueden importarles menos los límites y valores de la libertad de prensa, ensuciando cualquier debate con las herramientas de la insinuación y difamación.

Pero hay una perspectiva que a menudo no medimos u olvidamos al entrar en este juego: Sánchez, Rajoy, Iglesias, o el propio Trump tienen a su disposición medios y altavoces para desmentir o cuestionar cualquier noticia que busque infligirles daño.

Sin embargo, para cualquiera sin esa capacidad y sin las tablas de saberse persistentemente observado y escrutado puede ser devastador, destrozando cualquiera estructura vital que creamos sólida. Pero nos consolamos pensando que un bulo de ese tipo no puede tocarnos. Con las redes en su apogeo. Inocentes.

*Abogado. Especialista en finanzas.