El bautizo de Aznar como conferenciante internacional, en una gira por Estados Unidos completada con sendos encuentros con George Bush y Donald Rumsfeld, se ha producido en un momento inoportuno para su partido. Aznar ha ratificado su adhesión inquebrantable a los responsables del caos que vive Irak y de las torturas que estos días indignan al mundo. Mientras, el PP, a las puertas de los comicios europeos, intenta que quede fuera del debate electoral la apuesta pronorteamericana del anterior Ejecutivo y su participación en la desastrosa aventura iraquí.

Al expresidente español se le debe reconocer la libertad de sostener, en foros universitarios, entrevistas o encuentros sus ya conocidas opiniones. Incluso teniendo en cuenta que él mismo y su partido tildaron en el pasado de desleales a otros, como Felipe González, por reuniones internacionales reales o imaginarias. Pero cuando Aznar recorre el mundo proclamando que el repliegue del Ejército español ha sido una claudicación ante el terrorismo, no sólo es desleal con el Gobierno de su país. Falta también al respeto a la mayoría de los españoles que apoyaron esta medida. Una actitud poco adecuada para quien ha tenido una alta responsabilidad.