El presidente del Gobierno, José María Aznar, no podrá viajar hoy a Galicia con un llamativo paquete de ayudas de la Unión Europea bajo el brazo. En Copenhague, los Quince no han accedido a que España obtenga una cantidad significativa de los fondos para desastres naturales de los que sí se benefició Alemania tras las inundaciones del verano. La negativa a reconocer la condición de catástrofe natural al vertido del Prestige es injustificable. Y resulta especialmente hiriente tras la rapidez con que se atendieron las reclamaciones de un Schröder necesitado de argumentos electorales.

El escaso éxito de las gestiones de Aznar revela también su nivel real de influencia en las instituciones europeas después de haber primado la complicidad con Italia y Gran Bretaña al precio de desvincularse de quienes tienen la llave de la caja, Alemania y Francia.

Pero la visita de Aznar a Galicia no debería depender de los triunfos que pueda exhibir. Eso sería una manifestación más de la cultura del clientelismo que empieza a quebrarse en la Galicia de Fraga. Dar la cara ante los afectados es una obligación que no ha cumplido. Como la autocrítica, a la vista del cierre de filas en torno a Alvarez-Cascos o Matas.