A veces sufro de insomnio. No me ocurre con frecuencia porque tampoco tengo excesivas preocupaciones, más allá de los desvelos por cuestiones de trabajo o, posiblemente, la ansiedad en querer resolver lo que tengo entre manos sin darme el debido tiempo. Sé que usted también puede que le pase, pero lo que he descubierto en las últimas ocasiones roza las alucinaciones. Me explico. Ayer por la noche, antes de escribir este artículo, mi sueño derivó en una mezcla de esa inquietud por hacer bien mis deberes con una querencia extraña por la actualidad más inmediata que durante la cena había intentado asimilar entre bocado y bocado. Y me imaginé entrando en el Congreso en calidad de observador mezclándome con Albert Rivera, Mariano Rajoy, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en una foto inaudita a pesar de lo madura que dicen es nuestra democracia. De pronto, quizá por mi condición de padre, vi deambular a un diputado con el carrito de su hijo por el salón de sesiones, al Rey con Letizia invitando a café a sus señorías y música ambiente de Queen con la mítica We are the champions que entonan los campeones en las finales de fútbol. En la calle, antes de entrar, la policía repartía bocadillos y décimos de lotería a los parados para aliviar el espanto de no tener ni empleo ni digno y, de repente, vi irrumpir en el hemiciclo a un doble de David Bowie entonando que la vida no es para siempre. Ni siquiera para los diputados que repetían legislatura. Por un momento, me sentí un marciano entre tanta gente normal. El llanto de mi hija me despertó sobresaltado. Eran las cuatro y media de la madrugada y me quedaban tres horas para despertarme. Me costó conciliar el sueño, pero lo logré. En el cuarto de baño encendí la radio. Nada había cambiado. Debo dormir un poco más.