Decía Pitágoras de Samos "Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres", pero algo hemos debido hacer mal, porque las cárceles revientan por sus costuras, y los niños muestran una insolencia que todavía me causa asombro, y un vocabulario que, en tiempos no tan lejanos, no parecía apropiado ni siquiera para un bachiller.

La educación es algo diferente a la instrucción. A través de la instrucción conocemos que la capital de Holanda es La Haya, y no Amsterdan, pero merced a la educación pedimos las cosas por favor, damos las gracias y, en una mesa, no nos ponemos a comer como un perro, y esperamos a que todos estén servidos y la persona de mayor edad o anfitrión comience.

En el fondo, la educación no es otra cosa que sujetar los instintos, reprimir al animal del que venimos, y enviar un ramo de flores a la hembra que nos atrae en lugar de violarla en el parque. La escuela instruye y educa, pero la educación fundamental y permanente tiene lugar en el seno de la familia. Hay muchos padres que piensan que al niño se le educa llevándolo a un colegio privado muy caro, pero la educación básica es el ejemplo de la conducta paterna y materna.

El pacto necesario entre PSOE y PP para la educación es en realidad, un pacto para la instrucción. Por supuesto que el estímulo, el premio del esfuerzo, el acicate de la recompensa educa, y en la escuela también se ejerce la pedagogía a través de la conducta, pero por muy satisfactorio que sea este pacto, tan urgente como imprescindible, el niño no es un automóvil al que en la escuela le hagan la revisión de los diez mil kilómetros y le cambien el aceite. El sentido de la dignidad de las personas, la asunción de la humildad propia y el respeto a los derechos ajenos se aprende en el seno de la propia familia. Porque se puede ser, a la vez, un gran matemático y un pequeño y miserable egoísta.