Por habitual que resulte, no deja de sorprender cómo los partidos políticos pueden llegar a decepcionar a los electores nada más concluir el recuento de los votos. A veces, ni esperan a la mañana siguiente, porque ya en las comparecencias nocturnas, inmediatamente después de la publicación de los resultados, consiguen irritar a quienes les han dado su apoyo. O sea, que, cuando todavía cuelgan los cartelones de las farolas y las vallas publicitarias, muchos de los votantes ya se están arrepintiendo y lamentando por haber deslizado en la urna una determinada papeleta, debido a la poca consistencia de unos líderes que, a la primera de cambio, están dispuestos a casi todo por pisar moqueta, por lucirse en las portadas, o por sentar sus electas posaderas sobre cualquier sillón o trono.

La irrupción de nuevos partidos no ha venido más que a reforzar esa sensación del votante de que, vote lo que vote, acaba siendo traicionado. Y sí, es verdad que no hay que ser intransigente, ni aspirar a los máximos cuando es necesario el diálogo y el pacto, pero también lo es que el panorama político no debería parecerse tanto a un mercado persa en el que todos están dispuestos a subastar o canjear sus apoyos electorales sin siquiera detenerse a pensar en que hubo gente que confió en una u otra opción por lealtad a unos principios. Desgraciadamente, en este plano, en la decepción que siempre suponen, no hay muchas diferencias entre unos partidos u otros. Y eso es, precisamente, lo que acaba abocando a mucha gente a decantarse por la abstención.

Para evitar la desmovilización de los votantes, los partidos políticos deberían de anexar a sus programas electorales una suerte de instrucciones de uso, que dejaran claro con quiénes pactarían o no si se diesen las circunstancias para ello. Así, la elección de una papeleta tendría menos que ver con la compra de un boleto de lotería y más con una decisión racional en la que adquieran peso la certidumbre o el compromiso. Y, de ese modo, puede que la gente hasta valorase perder unos minutos de un domingo cualquiera en acudir a un colegio electoral.