Al borde del abismo de la guerra civil, después de un año de pugna sangrienta y 350 muertos, las facciones palestinas de Al Fatá y Hamás, bajo la presión y las subvenciones de Arabia Saudí, sellaron un pacto para un gobierno de unidad nacional que acabe con la espiral de la violencia y pueda presentarse decentemente en la escena del mundo. Luego de tanta sangre inútilmente vertida y con la perspectiva de medio siglo de irrefrenables combates, el solemne acuerdo de La Meca debe ser acogido con la máxima cautela tanto por sus efectos entre los palestinos como por sus inciertas repercusiones diplomáticas.

Se trata de un compromiso entre facciones aparentemente irreconciliables que no garantiza la estabilidad en medio del rencor, la desesperación y la militarización extrema. La pretensión árabe, sufragada por Arabia Saudí, de contrarrestar la creciente influencia de Irán en una región caótica llega con retraso. El Cuarteto (ONU, EEUU, Unión Europea y Rusia), que desea reactivar la hoja de ruta y reanudar su ayuda a la Autoridad Palestina, ya hizo saber que el Gobierno de unidad nacional debe cumplir los requisitos de renunciar a la violencia, reconocer a Israel y aceptar los acuerdos previos, pero el armisticio de La Meca solo estipula que deberá "respetar" lo pactado por Israel y la OLP. Pero para saber cuál es el futuro de esa voluntad europea y rusa de aprovechar el primer paso de La Meca para un impulso pacificador habrá que esperar a la reunión que el próximo fin de semana mantendrá la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, con el presidente palestino y el primer ministro israelí.