El islamismo radical, en su particular guerra santa contra el mundo secularizado, aprieta el acelerador de la barbarie y la confusión. Por ello, hay que distinguir bien y hacerlo con tino, de lo que es una justa resistencia, armada o no, contra la ocupación de un territorio al margen del orden internacional es una cosa; de la barbarie para imponerse por el terror al margen de cualquier norma internacional. Ese distingo entre resistentes y terroristas que los medios de comunicación utilizan debe ser claramente definido, porque el terrorismo, incluyendo el de Estado, merece siempre una condena tajante. Y si el amedrantamiento, surte efectos como ha ocurrido recientemente en el caso filipino, muchísimo peor.

El Congreso de los Diputados, por iniciativa socialista pero con el voto afirmativo de los populares, han mandado un nuevo contingente de soldados a Afganistán, gesto muy importante dada nuestra posición en Irak; sin duda un acierto político, que conlleva sus riesgos, riesgos que tenemos que aceptar los que defendemos un modelo de civilización en el que la libertad de los individuos prima sobre cualquier otra consideración, civilización en la que creemos en la igualdad radical entre el hombre y la mujer y en donde la religión es una expresión intima e individual, y el laícismo es una de las bases de nuestro modelo cultural.

No nos podemos engañar a este respecto. El integrismo islamista choca frontalmente con nuestro modelo y es incompatible con él. Los integristas lo saben. Nosotros debemos saberlo también y no abrigar dudas, ni tener el menor titubeo a la hora de defenderlo, porque la ya espesa maraña del integrismo islámico mundial es beligerante todos los días del año, allí donde estén, y ya están en muchísimos sitios, de Oriente y de Occidente, del Este y del Oeste. En la UE también y en España por supuesto.

Las batallas por la educación diferenciada o la ostentación de las diferencias como confirmación de una identidad son gestos mayores y no menores, que no debemos minusvalorar. La guerra del velo en Francia o la demanda de clases separadas para evitar la "contaminación occidental" en Italia son botones de muestra. Nuestra vehemencia apostólica a la hora de defender el laicismo, que conlleva una educación mixta e igualitaria en donde se enseñan nuestros valores, no puede ser menor que el fervor integrista. Tan sólo nos diferenciaremos en que nunca seremos violentos, intolerantes y fanáticos. Pero tampoco débiles. Hay en los grupúsculos integristas islámicos de Occidente un rechazo frontal a nuestros valores que se envuelve en un desprecio creciente a una sociedad que se juzga degenerada y caduca.

La ascendencia de estos grupos en muchas sociedades de religión islámica es muy grande y son los primeros causantes de la gravísima explosión demográfica, que arruina cualquier posibilidad de desarrollo económico estable y ordenado, y que coloca a países fronterizos con ese mundo, como España, en una situación incómoda, donde la tragedia de la inmigración clandestina, con pateras o sin ellas, es un elemento preocupante que no se puede ignorar.

Sería absurdo no abordar esta problemática, aunque se haga en el marco general de la inmigración. Los inmigrantes los necesitamos, pero debidamente legalizados, con sus derechos y sus deberes, reconocidos por ambas partes como el resto de los ciudadanos. Y esto es tan importante que sería bueno que las principales fuerzas políticas determinasen causas y consensuasen medidas. "Siempre prevenir es mejor que curar".

*Ingeniero