XSxomos una de las fronteras del opulento Occidente con el Islam, no la única, no la más caliente, pero ya sin duda, no una frontera tranquila.

Cierto, que nuestros gobernantes deben tener muy presente esta singular y no deseada posición, cierto igualmente que los errores de Aznar son a estos efectos históricos y sus consecuencias las pagamos todos, pero nos engañaríamos si creemos que la cuestión se resuelve deshaciendo sus entuertos. Por supuesto que hay que deshacerlos, y entre otros urge la repatriación de nuestras tropas de Irak, si no media una resolución de la ONU que dé cobertura legal a nuestra presencia en este país. Todo esto no debe impedirnos profundizar en análisis de otra naturaleza.

El triunfo del laicismo, su bendito triunfo, en lo que denominamos culturalmente Occidente, nos ha permitido separar religión y sociedad sacralizando de forma prevalente las libertades de conciencia en los individuos. Estas cuestiones chocan frontalmente con los principios básicos que del ordenamiento social tiene el mundo islámico.

Hay que retrotraerse cinco siglos en nuestra Historia para entender lo que ocurre en el mundo islámico. Recordar que tanto católicos como protestantes impusieron sus dogmas a base de autos de fe y todo el ordenamiento social se supeditaba a lo religioso. Y tampoco nos debemos engañar sobre las disidencias y aquiescencias sociales, porque a lo peor en una imposible e hipotética consulta electoral en la época de las inquisiciones, hubieran ganado el pulcro Calvino que quemó a Miguel Servet o el controvertido Felipe II, el de los autos de fe. Y esto forma parte del drama islámico, la democracia es imposible sin el respeto a las conciencias individuales, lo religioso más allá de sus manifestaciones culturales, es un hecho individual. Laicismo y democracia constituyen en democracia un binomio inseparable. Porque no olvidemos que el integrismo islámico gana elecciones, las ganó en Irán, las ganó en Argelia, amagó en Turquía y veremos que pasa en Irak. Seguramente el resentimiento y el desistimiento social son magníficos aliados del integrismo, pero seguramente también hay otros elementos de inseguridad ligados a la concepción occidental de la mujer y del trabajo los que dan una considerable fuerza al integrismo islámico, que conscientemente da coces contra el aguijón, para aplastarlo a fuerza de dolor y patadas.

Mientras el laicismo no gane la batalla en el seno del Islam, la situación seguirá siendo muy tensa, y culturalmente en Occidente tenemos y debemos distinguir entre los Estados y sus movimientos sociales. Los Estados como tales, tienen que gobernar en cada momento con lo que la prudencia y la coyuntura obliguen, hasta los papas se entendían con los turcos, pero los movimientos sociales tienen que ser fieles a sus principios. El feminismo por ejemplo, que tantos éxitos y beneficios han traído a nuestra cultura, no se puede limitar a movilizarse ante los repulsivos hechos puntuales de las lapidaciones, sino que tiene que ser muy beligerante con el papel que el Islam asigna a la mujer. El integrismo islámico desprecia nuestros valores, nos supone unos hedonistas decadentes, que podemos ser fácilmente amedrentados, susceptibles de ser destruidos desde dentro, un enemigo al que se puede hacer frente y vencer. Parece una locura disparatada, y lo es, pero la guerra santa declarada no es ninguna nimiedad a ignorar, la mueve un infinito rencor que les lleva a despreciar su propia vida con tal de aniquilar la de los demás. El orgullo por nuestros valores, la firmeza y el tiempo, son nuestros mejores aliados para ganar esta guerra.

*Ingeniero