El futuro siempre es incierto y paradójico. El hombre se ha pasado toda su vida considerando al trabajo como una maldición bíblica y ahora que con la robótica se divisa en el horizonte la posibilidad de dejar de realizar, si no todas, al menos la mayor parte de las más duras y mecánicas tareas, le asaltan muchas inquietudes. Intuye que la robotización acarreará nuevos problemas. La principal zozobra se suscita cuando se piensa que la mitad de la población se puede quedar sin empleo y, por ende, sin la posibilidad de obtener recursos económicos. ¿Cómo se resolverá este dilema? ¿Ese grueso de la población se dedicará a la vida contemplativa? ¿Los inactivos serán subsidiados por el Estado a costa de los que trabajan?

La humanidad siempre va a la zaga en la resolución de los problemas que le acechan. Y no cabe duda de que la mecanización de la sociedad, querámoslo o no, acarreará nuevos conflictos de índole laboral, sociológica, jurídica y hasta psicológica. Sin embargo, los políticos, siempre ocupados en sus minúsculas cosas o en los acontecimientos anodinos que cotidianamente les interesan, no han tomado aún conciencia de esta cuestión de una forma seria, como si ese futuro no fuera a llegar nunca. Y la prueba de este desinterés es que casi ningún país del mundo tiene hoy una política presupuestaria encaminada a proveer recursos para estudiar hacia dónde nos puede conducir la inteligencia artificial. A la vista de todo ello, puede concluirse que no hay un verdadero interés público por el tema.

En relación con el futuro, no faltan opiniones. Los más pesimistas pintan un porvenir sombrío para la humanidad en un mundo dominado por las máquinas. En cambio, algunos economistas afirman que el 60% de las profesiones del mañana están por inventarse, por lo que la cibernética no generará tantos problemas. Así, a guisa de ilustración, puede pensarse que el mundo de los drones será un semillero de nuevos oficios hasta ahora inexistentes o con poca proyección. Se necesitarán más ingenieros, fabricantes, operadores y cartógrafos que diseñen las rutas de navegación de estas máquinas, lo que supondrá una ingente cantidad de personas a emplear. Asimismo, la proliferación de robots requerirá, además de técnicos, fabricantes y operarios para las cadenas de producción, «cirujanos robóticos» que reconstruyan, reparen o coloquen prótesis a las máquinas averiadas.

Por no faltar nuevos oficios y tareas, hay quienes piensan que, en ese mundo imaginario que vislumbramos, los robots cohabitarán un día con los humanos en pie de igualdad. Tendremos mascotas-robots --aunque no nos miren tan cándidamente como nuestros animalitos--. Incluso podremos elegir parejas robóticas que nos hagan compañía, nos den conversación y nos satisfagan sumisamente todas nuestras necesidades. La felicidad completa. Seremos como dioses. Pero los psicólogos nos alertan de que quizá nos sintamos más solos y aislados.

Las máquinas serán tan inteligentes que podrán «procrear». Es decir, serán capaces de diseñar y construir otras máquinas a su servicio. Investigarán y harán descubrimientos útiles para la humanidad. Crearán obras literarias, artísticas y científicas. Viviremos en la era de la inteligencia artificial. Y en este mundo previsible competirán personas y robots y nos disputaremos la propiedad intelectual y otros derechos. Será el momento en que incluso se necesitarán juristas especializados llamados a resolver los pleitos surgidos entre hombres y robots, y entre máquinas inteligentes entre sí.

Esta hipótesis puede llegar a ser real porque, en un tiempo más o menos lejano, en un mundo de convivencia de hombres e ingenios artificiales puede acontecer que el humano cometa abusos o incluso hechos delictivos contra los humanoides y viceversa. Y estos conflictos habrá que solventarlos legalmente.

La realidad está superando a la ficción. Nos enfrentamos a un cambio social y económico --la era de los robots-- que obligará a jurisconsultos y legisladores a arrostrar un cambio de los postulados jurídicos tradicionales. Ya incluso se defiende que hay que ir pensando en conceder a los humanoides una nueva personalidad jurídica: la personalidad electrónica, en la que se incluyan derechos y obligaciones.

Sin embargo, para otros, este futurible es impensable. Por mandato bíblico, las cosas se crearon para estar bajo el dominio del hombre. De ahí que las máquinas siempre estarán a su servicio y solo la persona humana será titular de derechos. En fin, es el futuro que viene, tan incierto como paradójico. Pero hay que ir pensando en él. Está a la vuelta de la esquina.