Menos mal que mañana ya es el Black Friday y empieza la Navidad como dios manda. Ya la estaba echando de menos.

Finales de noviembre, y ni una luz en las calles, ni un nacimiento ni villancicos machacando cerebros a todas horas. Menos mal que una entra en un centro comercial y todo el campo es orégano. Ellos sí que saben. Desde octubre vienen avisando de que diciembre llega enseguida. Bolas de colores, espumillones, abetos falsos, figuritas del Belén. Regalos, turrones, dulces navideños en plena campaña antilorza de septiembre. Qué comodidad más grande que se adelanten a nuestras necesidades. Eso sí que es una madre y lo demás es cuento. Allí el cliente siempre tiene razón, y todo está ordenado, limpio y bien dispuesto.

Es verdad que todos los centros comerciales acaban siendo iguales, y que todos tienen las mismas tiendas, los mismos maniquíes, la ropa que se convierte en uniforme. Qué más da si la felicidad se mide en la hamburguesa similar a miles de hamburguesas, en el café en vaso grande que no parece café y en los helados industriales que saben a todo menos a helado. En un centro comercial uno está a salvo. No llueve, no hace frío ni calor. Se puede pasear sin rumbo fijo, tocar todo, hablar con la gente con la que te encuentras pasillo arriba pasillo abajo. Esto mismo también podría hacerse en las calles, pero fuera el viento sopla, caen las gotas de lluvia y las luces son mortecinas. El mundo exterior está lleno de charcos y dificultades. Pero ningún escaparate brilla tanto como estos. Ninguna oferta parece mejor. Hasta suena la música y el horario es infinito.

Mañana es el Black Friday, luego vendrá Papá Noel, la elección del vestido y los tacones o el traje chaqueta para Nochevieja, el enésimo amigo invisible, los Reyes Magos, las rebajas, el traje de carnaval, la temporada de primavera y la elección de bañadores y vacaciones, la vuelta al cole y por fin, de nuevo, Halloween a la vuelta de la esquina. El ciclo de nuestra vida se rige por los centros comerciales donde todo es fácil, y las necesidades siempre están cubiertas. Ninguno de nosotros sabe vivir a la intemperie.

* Profesora