Recuerdo que hace unos años, un amigo poeta me habló de la necesidad de una antología de poesía europea, que recogiera las tendencias líricas de este continente tan pequeño como complejo y heterogéneo. Le comenté que me parecía un empeño titánico, que para hacerse bien requeriría no de uno o dos antólogos, sino de un equipo de especialistas en literaturas publicadas en más de cien lenguas.

Por eso, ya que se quedó en un deseo sin cumplir, me interesó desde el principio echar un vistazo a la antología publicada por la editorial Hanser y que prepararon Jan Wagner y Federico Italiano, dos jóvenes poetas, alemán el primero, italiano (obviamente) el segundo. Bajo el título de Grand Tour, que evoca el viaje formativo por Europa que llevaban a cabo los aristócratas (los únicos que podían permitírselo) en el siglo XVIII, la antología se concibe como un compendio de “viajes por la joven poesía europea”, con 49 estaciones, que incluye desde países tan grandes como Rusia a la minúscula Andorra, que abarca, como la Eurocopa, a Turquía o Israel, trata por separado a Gales o Irlanda del Norte pero en conjunto a España, aunque incluya a poetas de distintas lenguas. Se incluye, junto a la traducción, la versión original de los poemas, pero se echa en falta una nota biográfica de los autores, por más que ello hubiera aumentado el tamaño de un libro de casi 600 páginas.

Para los curiosos, mencionaré que la selección española está compuesta por dos poetas en euskera (Harkaitz Cano y Kirmen Uribe), uno en gallego (Estevo Creus), seis en catalán (Joan-Elies Adell, Teresa Colom, Eduard Escoffet, Manuel Forcano, Gemma Gorga y Jordi Julià), y trece en castellano (Ben Clark, Benito del Pliego, María Eloy-García, Enrique Falcón, Pablo García Casado, Juan Andrés García Román, Elena Medel, Bruno Mesa, Luna Miguel, Vicente Luis Mora, Andrés Neuman, Julia Piera y Javier Rodríguez Marcos). Una selección, como puede verse, más que ecléctica, que aúna nombres indiscutibles con otros que no lo son tanto, y en la que hay ausencias clamorosas, seguramente por ignorancia.

En el prólogo, Italiano y Wagner afirman que en tiempos en que “las corrientes nacionalistas y separatistas ganan influjo en Europa”, el intercambio poético en varias lenguas podría fomentarla tolerancia y respeto a las diferencias culturales de un continente tan diverso. El límite de nacimiento de esta antología de poesía “joven” es 1968, por tener esa fecha “un significado central en la historia europea”, tanto en el Este como en el Oeste, del Mayo francés a la Primavera de Praga.

Por supuesto, toda antología es antojología y pesan las amistades, por lo que no extraña que Wagner incluya en el barco nada menos que a 38 poetas de lengua alemana, solo superados por los líricos en lengua inglesa, mientras que solo trae a quince franceses. Italiano fue más comedido y solo incluye a 22 compatriotas, tantos como holandeses.

Como era de prever, lo más interesante de la antología es el panorama que ofrece sobre los jóvenes poetas de jóvenes países como los Estados bálticos o balcánicos. Hay selecciones bastante acertadas, como la de Polonia y bastante desorientadas, como la de Portugal, aunque los antólogos reconocen que no en todos los países contaron con la misma ayuda. En general, es una antología que favorece a los países nórdicos (siete poetas turcos frente a nueve islandeses; Turquía tiene 83 millones de habitantes; Islandia tiene 357.000 habitantes) y por ello fiel reflejo de cómo se ve Europa desde el país que manda: Alemania. Pese a todo, el empeño es meritorio, y sería deseable que surgieran otras propuestas, desde otros países y con criterios distintos, para partir en un interrail poético en estos tiempos en que viajar de otra forma es tan complicado.