Filólogo

La gente se queja de la información que se da a los turistas sobre la ciudad monumental de Cáceres. Parece que se hace lo posible porque el visitante que llega desarrolle su creatividad, su agudeza visual y reavive sus dormidos conocimientos artísticos e históricos por su cuenta, sin ayuda alguna: ahí tiene usted las calles y las torres, disfrútelas. A la larga no sabe uno qué es mejor, si ese complaciente paseo en soledad por calles medievales dejándose empapar de siglos e historia hilvanando lo que se ve con lo que se sabe o tener que soportar dudosos relatos históricos y datos novelados y falsos.

Me ocurrió hace tiempo en la ciudad monumental por la que paseo, en soledad, con la excelente guía de Antonio Bueno: un cicerone de pantalón con brillo, corbata negra, zapato raído y cigarro en la comisura explicaba a unos sudamericanos emocionados el palacio de los Ovando: apuntaba con el dedo a la fachada, mientras les contaba historias sobre orígenes, matrimonios y cargos de sus moradores, más fabuladas que ciertas, sin mencionar el estilo renacentista, los arcos de medio punto, las arquivoltas y las pilastras en alto relieve sobre plintos, los medallones y representados, la inscripción del friso, o el óvalo del centro con el escudo de la casa, perdido en generalidades y lugares comunes sin relación con el palacio. No pude por menos que dirigirle una mirada desaprobando la estafa. Luego averigüé que más de uno se autoconcedía el título de guía turístico en la escuela del pillo y el pícaro, y se ofrecía al sorprendido turista por unos pocos duros.

Creo que estos intrusos han sido sustituidos por guías profesionales. La desidia y la apatía deben ser sustituidas también por una atención diligente: éste es el orgullo de los cacereños y debe ser ofrecido a los visitantes como lo que es: una ciudad monumental sin parangón en el mundo y un regalo para quien la descubre.