Escritor

A las opiniones o a los juicios personales llegamos generalmente de manera intuitiva, es decir sin recurrir, o recurriendo al mínimo, a la razón o al razonamiento. Sin embargo a la intuición se llega en virtud de unos razonamientos y de un conjunto de datos y experiencias latentes en nuestra consciencia que más tarde tratamos de recordar para que se reafirme la intuición, lo cual nos produce cierta satisfacción añadida. Pero en ocasiones, en esa búsqueda aparecen nuevos datos o argumentos que contradicen los que ya habíamos aceptado. A partir de ahí, comienzan irremediablemente nuestras inquietudes y nuestras dudas.

Nos ha sucedido a muchos con la actual guerra del Irak. Inicialmente opinábamos o intuíamos que era una guerra condenable. Más tarde, al buscar argumentos evitando caer en la ingenua trampa de sólo aceptar o atender los que confirmaban nuestra intuición, hubimos de admitir que algunos países o naciones poseían armas y medios cuya utilización constituía una peligrosa amenaza para todos, por lo que era necesario que se conjurara ese peligro. Y así se iniciaban nuestras dudas, que aumentaban cuando también descubríamos, y se hacía evidente, que esas armas y esa minusvalía de progreso se la habían proporcionado en un caso, y ocultado o no fomentado en el otro, precisamente los países más evolucionados, tratando y consiguiendo fortalecerles porque ese mundo, llamado occidental, estaba dividido en dos facciones o bloques.

Esos dos bloques habían comenzado paulatinamente a adquirir entidad y a definirse a partir de la llamada Revolución Francesa, es decir, cuando el progreso consiguió que se proclamara y reconociera la libertad y la igualdad de todos los seres humanos. Uno que primigeniamente podría decir que se articuló como ideología llamada liberal y, práctica y rigurosamente aplicado se denominó como capitalismo real. El otro, como socialismo o como práctica y rigurosamente aplicado también se denominó como comunismo o marxismo-leninismo. Luchaban, sin llegar a la guerra en el sentido tradicional, porque ambos eran tan poderosos que el propio poder obligaba a que no compitieran bélicamente.

El bloque que inicialmente llamábamos liberal, tuvo la virtud y el acierto de ir paulatinamente admitiendo lo que el propio progreso exigía, es decir, de aceptar que el otorgamiento de una libertad absoluta no corregía indeseables efectos porque el reconocimiento de la libre competencia no era suficiente para que su práctica corrigiera por sí solo efectos indeseables.

El otro bloque, por el contrario, se cerró en una utópica igualdad, sin ninguna concesión a la libertad que acabó por extinguirse por una especie de implosión, por destrucción interna. La tragedia es que el bloque superviviente perdió además el control y justificación que algunos beneficios venía proporcionando al progreso, y perdió el control de aquellos otros países a los que por separado, uno u otro bloque, habían proporcionado unas armas y un progreso cultural precipitado, por lo que esos países quedaron en condiciones de hacer uso de su poder, de sus medios técnicos e incluso de la cultura que se les había proporcionado. Comenzaron a hacer uso de ese poder sin esas limitaciones éticas o forzadamente convencionales que sí habían venido observando los países más civilizados. El atentado del 11-S lo puso en evidencia. A partir de este momento la cuestión consistió en cómo conjurar ese peligro. El modo consistiría en elegir una nación o un país concreto y someterlo a un castigo que le obligara a renunciar a su poder. Según otros ese castigo ejemplar debería desecharse no sólo porque esa debería ser la última razón, es decir, la razón a utilizar cuando que se hubieran agotado todas las posibilidades, sino porque también, inconscientemente, se tenía mala conciencia por el hecho de no haber previsto la situación que se trataba de remediar.

Lo que sí es realmente grave es que se llegue a descubrir o desvelar que al adoptar una u otra solución se esconda la pretensión de que no vuelvan a adquirir entidad dos bloques que obliguen a conceder mutuas concesiones y que sirvan para controlar que el progreso guarde siempre los debidos equilibrios.

La opinión sobre el sí o no a la guerra que actualmente instamos quizás intuitivamente, es cuestión tan compleja que constituye una aventura emitir opiniones. Será siempre una opinión puramente intuitiva.