Algunos, cuando te proclamas contrario a la convocatoria de una manifestación cualquiera, se empeñan en achacarte una opinión hostil al derecho a manifestarse. Claro que no; el de manifestación es un derecho constitucional y, además, lógico. Incluso como arma de acción política contra un Gobierno. Pero igualmente ajustado a los principios democráticos es que yo pueda pronunciarme contra los objetivos de una determinada manifestación. Y es lo que a mí me ocurre con la que la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) tiene convocada para mañana sábado: que no lo comparto.

He tenido, en las últimas horas, la oportunidad de debatir abundantemente sobre la conveniencia o no de esta convocatoria, tanto con quienes más la rechazan como con quienes la organizan. Con especial cordialidad he tenido ocasión de discrepar de la profesora Gotzone Mora , que sigue reclamándose afiliada al Partido Socialista y que, pese a ello, da la cara en la cabecera de los convocantes de la manifestación. La admiración personal que uno pueda sentir por gentes como Gotzone, o el cierto respeto hacia el tesón no siempre razonable de Francisco José Alcaraz , el presidente de la AVT, no me impiden ver algunas de las contraindicaciones de una protesta que en algunos aspectos no acabo de comprender.

XEN PRIMERx lugar, no entiendo que una manifestación se convoque por razones tan dispares como el rechazo a la negociación con ETA y a las conclusiones oficiales de la investigación sumarial del 11-M. Salir a la calle para protestar contra una negociación cuyos términos hoy ni siquiera conocemos, me parece cuando menos precipitado. Quejarse de las conclusiones del 11-M, sin ofrecer pruebas que aporten luz en contrario, o que al menos complementen la verdad judicial, me parece cuando menos oportunista. Se siembra, por tanto, una cierta confusión.

En segundo lugar, no me sumo a manifestaciones que dividen a la sociedad, comenzando por las propias víctimas del terror. Ni creo que el papel de una asociación como la AVT resida en hostigar al Gobierno de Zapatero (o al de turno), por muchos motivos que haya (que los hay, claro) para sentirse molestos con la acción del Ejecutivo.

Dicho todo ello, entiendo que una parte de la sociedad española, que seguramente incluye a quienes votan al Partido Popular o se sienten representados por sus postulados, rechace seguir la línea emprendida por el Gobierno Zapatero en cuanto a la pacificación del País Vasco. Demasiados cambios, demasiado rápidos y con resultados más bien inciertos. Son gentes que no comparten la política de riesgo, aunque valiente, puesta en marcha por el inquilino de La Moncloa. Zapatero ha explicado poco, ha compartido menos y ha reservado, a la postre, su talante para quienes, en cualquier caso, están siempre dispuestos a sonreírle. El presidente parece sentir un innato, inevitable, desprecio por el principal y único partido de oposición, como lo siente por todos aquellos a los que denomina escépticos ; es decir, que no caen rendidos ante la doctrina presidencial, aunque tales escépticos no militen en el Partido Popular.

Solamente ese desprecio puede, acaso, justificar una manifestación. Pero está claro que, tras la convocatoria, hay otras razones que la razón quizá no entiende, pero que se prestan a muchas especulaciones. Yo pienso que la lucha contra el terror no puede ser objeto de lucha política, ni por asomo. Ni siquiera puede dar lugar a la sospecha de que, tras los eslóganes y las pancartas, se encuentran muy otros fines y motivos. Hay quien no lo quiere ver así, o quiere incluso taparnos los ojos para que no lo veamos así. O lo callemos y no lo voceemos, como los monos sabios. Por todo ello, yo no acompañaré a tanta buena gente, de tan buena voluntad, que mañana saldrá a la calle contribuyendo, sin quererlo, a aumentar una crispación que nos asfixia.

*Periodista