En el marco del Protocolo de Kioto, Europa se comprometió a reducir un 8% las emisiones de gases de efecto invernadero. En este paquete, a España se le permitió un aumento del 15% de sus emisiones. Pero resulta que pronto va a pasarnos factura la ausencia de todo tipo de política activa de reducción de las emisiones para hacer honor a los compromisos contraídos en Kioto en 1997. De momento, el Estado español es el que más se aleja del compromiso adoptado (lo ha sobrepasado ya en más de un 50%). La falta de una verdadera política energética del Gobierno central y de los autonómicos muestra la falta de visión energética por parte de los que gestionan la cosa pública. Aunque esta carencia no es exclusiva solo de nuestros gobiernos. La miopía energética también la muestran algunas grandes empresas del país. Por ejemplo, cuando una empresa de gas, queriendo entrar en el mercado de la electricidad, lanza una OPA sobre una eléctrica --que nació pública para aprovechar los carbones del país y tuvo que socializar las malas inversiones de las eléctricas privadas que se habían enredado con las nucleares-- demuestra su falta de visión estratégica en lo tocante a la energía, ya que hoy su apuesta debería ser la microgeneración in situ con elevada eficiencia. Producir electricidad con centrales térmicas que quemen combustibles fósiles (tanto si son de ciclo de vapor como de ciclo combinado) es una aberración energética, puesto que de la energía liberada al quemar el combustible fósil, solo se aprovecha un 35% en las de vapor y un 55% en las de ciclo combinado y, por tanto, se tira un 65% o un 45% de la energía contenida en el combustible fósil que se quema. Esto significa emisiones de CO2 que podrían ahorrarse si desde las administraciones se ayudara a crear un marco que permitiera el aprovechamiento de la energía térmica que se derrocha.

XESTA ENERGIAx aprovechada (para dar calor y/o frío) desplazaría otros consumos de combustibles fósiles destinados hoy a producir calor y frío, con lo que tendríamos un ahorro de emisiones. Hoy existe tecnología para hacerlo, tanto a gran como a pequeña escala. Pero no parece que nadie, ni administraciones ni grandes empresas energéticas, esté dispuesto a hacerlo. El país se beneficiaría de ello, ya que ahorraría dinero (importaciones de combustibles fósiles) y emisiones de CO2. Calentar agua quemando combustibles fósiles contando con sol en abundancia es otra muestra de la mentalidad despilfarradora imperante en nuestra sociedad. Se han tardado años en generalizar algo que hace decenios que es evidente: obligar a todas (sí, todas!) las nuevas edificaciones que consuman agua caliente a calentarla con el sol. El resultado: emisiones de CO2 innecesarias. Pero, ahora que ya tenemos una ordenanza solar para toda España con el Código de la Edificación, ¿alguien está pensando cómo hacer que todas las edificaciones (y no solo las nuevas) vayan incorporando sistemas solares de calentamiento de agua? No parece que ello preocupe en exceso, ni a administraciones ni a empresas energéticas, viendo cómo se comportan. Incorporar alcoholes de origen vegetal a la gasolina o aceites vegetales esterificados al gasoil es un modo de reducir las emisiones de carbono fósil. Pero existe otra forma aún más eficiente de ahorro de carbono fósil: hoy existe tecnología para que tanto los vehículos motorizados con motores diésel puedan quemar directamente aceites vegetales crudos, sin esterificar, como tecnología para que los vehículos que usan gasolina puedan quemar etanol de origen vegetal.

¿Cómo puede ser que en España aún no se comercialicen coches dotados de sistemas que permitan quemar gasolina o gas natural en el mismo motor? Contar con estos vehículos de bicarburación permitiría aprovechar todo el biogás que se puede obtener de la digestión de la materia orgánica residual que hoy se tira a los vertederos, cloacas o que simplemente en cualquier rincón del país, contaminando fuentes de agua superficial y/o subterránea. Tenemos todo un abanico de alternativas para reducir las emisiones de CO2. Saber introducirlas en la sociedad y hacer que se generalice su uso requiere voluntad política y decisión empresarial. Y no parece que ni una cosa ni la otra abunden en nuestro país.

*Ingeniero y profesorde Energía de la Universidad

Autónoma de Barcelona