Cuando se cumple un año del inicio de la guerra ilegal de Irak, el balance de aquella aventura de Bush y Blair, tan aplaudida por Aznar, no puede ser más negativo. La desaparición de Sadam y su régimen es lo único aceptable. No es poco. Pero queda empequeñecido por lo desolador del resultado global de la ofensiva bélica y la ocupación. La presencia anglonorteamericana ha desatado una resistencia contra los ocupantes mientras crece el riesgo de una guerra civil entre las distintas comunidades del país. En ambos pulsos, el goteo de víctimas, tanto civiles como militares, es constante.

Las armas de destrucción masiva, justificación oficial de la guerra, no han aparecido porque no existían. La manipulación está poniendo en crisis a sus autores en sus respectivos países. La ONU quedó tocada y la cohesión europea también...

Pero, sobre todo, el mundo no es más seguro, como bien sabemos en España o en Turquía, nuevos escenarios del terrorismo internacional. Surgen voces disidentes frescas que se suman a las de quienes se oponían a la guerra desde el inicio. El desbarajuste es total y, encima, nada ni nadie resucitará a las víctimas de unos intereses espurios.