TLtos dos últimos atentados en Irak, el de Mosul contra un refectorio de los soldados americanos y el del domingo contra la sede del más importante partido shií, saldados ambos con un número aproximado de muertos, son enormemente reveladores. El primero resquebraja de nuevo la confianza depositada en las fuerzas de seguridad iraquís entrenadas por la coalición. La masacre suicida en el comedor no habría podido tener lugar sin la cooperación de un par de infiltrados. El segundo indica inequívocamente el verdadero objetivo de los insurgentes. En estos momentos, el levantamiento contra los americanos encubre el propósito de impedir a cualquier precio la celebración de las elecciones. Un gobierno, asentado aún imperfectamente en la legitimidad de las urnas, tendría un efecto nocivo para los terroristas.

De un lado, los desenmascararía, ¿cómo podrían ya proclamar que estaban luchando contra un ocupante extranjero? De otro, los presumibles ganadores serían los shiís que representan el 60% de la población. Los fundamentalistas islámicos, de Al Qaeda y afines, y los radicales sunís, que han detentado el poder con Sadam durante décadas, tienen mucho que perder con los comicios. Ambos quieren impedirlas.

Las elecciones en Irak presentan ingentes dificultades. Se trata de un país con nula cultura democrática e inmerso en la violencia. Los perdedores no digerirán fácilmente la derrota y el desarrollo de la votación será complicado, ya se habla de aplazarla en 6 de las 16 provincias. Su feliz, aún accidentada, celebración no sólo interesa a George Bush , para el que sería el mejor regalo del 2005, y al imperio americano. Nos afectan ciertamente a todos. Un Irak permanentemente inestable, radicalizado, aumentaría la inestabilidad del mundo árabe y crearía problemas a los países de la zona y, a la larga, al mundo occidental. La votación no será la panacea, las turbulencias continuarán algún tiempo, pero o puede negarse que unas instituciones iraquís legitimadas tendrán más posibilidades de despertar la adhesión de la población y de esas fuerzas de seguridad de dudosa lealtad actualmente.

Se entiende mal, en consecuencia, el pasotismo de ciertos países árabes y la indiferencia occidental hacia las elecciones en Irak. Uno tiene la impresión de que nuestras opiniones públicas y algunos gobiernos europeos quieren darle una nueva patada a Bush en el trasero de los atribulados iraquís. Los hay que disfrutan con que EEUU tropiece, aunque eso signifique un batacazo para miles de seres humanos que no tienen nada que ver con el imperio; otros, recordando la muy criticada intervención en Irak, se refocilan, al menor traspiés de Washington, repitiendo parsimoniosamente: "Ya lo advertí yo"... Esto debería ser historia a estas alturas, pero no lo es. Curiosamente, en EEUU se comulga ya también con la primera impresión, una mayoría, el 56%, opina que la invasión de Irak no merecía la pena. Eso no lleva, no obstante, a desentenderse del tema.

Un número mayor de los entrevistados cree que EEUU no puede salir ahora precipitadamente del país. Hay que quedarse para celebrar las elecciones e intentar dejarlo estabilizado. Sentimiento significativo si recordamos que las bajas norteamericanas se acercan a las 1.400, y en un momento en que ciertos batallones de infantería que participaron en la invasión y regresaron meses más tarde a EEUU están volviendo a Irak para un segundo despliegue. La imagen de EEUU sigue estando por los suelos; esta semana los dos líderes religiosos de Gran Bretaña volvían a criticar el lanzamiento de la contienda de Irak y en la América sajona el prestigio europeo tampoco remonta. El New York Post inserta una llamativa caricatura: una mujer de edad, desfallecida, con el nombre de Irak, pedía ayuda a un transeúnte y éste, con el cartel de Europa, respondía displicentemente: "No me moleste, ¿no ve que estoy comiendo mi cruasán?".

La época de las recriminaciones entre Europa y EEUU sobre Irak debería pertenecer al pasado. Si en Corea y Japón la democracia funcionó tras una larga contienda, si la hemos deseado para nuestras sociedades, no se ve, por mucha inquina que se le tenga a Bush, por qué no deberíamos desearla para Irak. ¿Porque esto sería un efecto benéfico de la intervención en Irak? El ataque citado contra el partido shií Coalición Iraquí, bendecido por el respetado clérigo Sistani , y del que escapó ileso su líder Abdul Aziz al-Hakim , llamado, según algunos, a jugar un papel importante en el nuevo Irak, llega con el anuncio de que un relevante grupo suní, el Partido Islamista Iraquí, no participará en las elecciones por considerar que no están dadas las condiciones de normalidad. Ello plantea un problema supletorio: la ausencia masiva de los sunís (20% de la población) dejaría un país políticamente cojo. Irak debería dotarse de un sistema federal, con representación de las tres comunidades mayoritarias, shiís, sunís y kurdos, y el país sufriría menos sobresaltos si de una u otra forma ninguna de ellas es avasalladoramente marginada.

*Exembajador de España en la ONU.