La victoria de Hasan Rohani en las presidenciales ha sido una sorpresa. Era el único candidato que contaba con un apoyo de los reformistas que se ha traducido en las urnas en una mayoría amplia. El presidente electo quiere llevar al país por la senda de la moderación, ha prometido poner en libertad a los presos políticos y garantizar derechos civiles. Desea romper el aislamiento internacional e incluso rehacer las relaciones con el archienemigo EEUU. Bien. Pero la historia de Rohani, único clérigo que se presentaba a las elecciones, hace poner en cuarentena este programa. En los distintos cargos que ha ocupado ha trabajado junto a Alí Jamenei, líder supremo de la teocracia iraní. En realidad, ha sido su representante en organismos como el Consejo Supremo de Seguridad Nacional.

Con su voto mayoritario la sociedad iraní ha dicho que quiere un cambio como ya lo quería hace cinco años cuando le fue arrebatada la victoria de su candidato en unas elecciones consideradas fraudulentas. Sin embargo, Rohani puede acabar convertido en un nuevo Mohamed Jatamí que a finales de los años 90 aglutinó el voto de quienes aspiraban a una apertura, solo que acabó defraudando a sus electores.