WLw os países de la UE están lejos de compartir una política de sanciones radical en el campo de la energía --embargo de las exportaciones de petróleo-- a pesar de la afrenta del asalto del martes a la Embajada del Reino Unido en Teherán, escandalosamente consentida por las autoridades de la república islámica. Aunque tanto la UE como Estados Unidos han mostrado una mayor determinación que en otros momentos, alarmados por los planes atómicos que albergan los ayatolás y la violación flagrante del derecho internacional, los intereses nacionales --para varios países, entre ellos España, la importación de petróleo iraní es esencial-- se cruzan en el camino de la unidad de acción. El programa de sanciones acordadas es considerablemente contundente, pero podría serlo mucho más si el petróleo no anduviera de por medio. Se suman a ello las reticencias de los especialistas y de los servicios de inteligencia, que estiman muy arriesgado apretar más las tuercas a la teocracia, desarmar a la oposición ante la opinión pública iraní y propiciar la exaltación nacionalista a la que tantas veces ha recurrido el presidente Mahmud Ahmadineyad. Mientras el bazar siga al lado de los clérigos y Rusia y China hagan negocios con ellos, es difícil que las sanciones sean realmente efectivas o condicionen al régimen. Más parece que dan alas a los sectores más duros, que cuentan además con la inestimable munición de las amenazas de Israel.