Abogada

La pasada semana reflexionaba en torno a la incapacidad de un dirigente del PNV frente a la actitud de lucha de una madre, que recientemente había perdido a su hijo, víctima de la barbarie terrorista. Es difícil, desde fuera del País Vasco, conocer los entresijos y referentes de un pueblo que se encuentra dividido entre los que dicen No al terrorismo y los que se apoyan en él como defensa de una identidad, con mil y una matizaciones. Una buena amiga, que ha sufrido en sus carnes la violencia terrorista, me comentaba que cada vez es más grande la fractura entre unos y otros; que hay familiares de víctimas que ante el cierre del periódico Egunkaria y la probable ilegalización de Batasuna ven amenazada la identidad vasca; estos hechos, para estas familias, es prioritario frente al daño que han sufrido en sus propias vidas. Algo así como priorizar la lucha armada, frente a conceptos como la vida o la libertad. Esto, desde nuestra óptica, es difícil de asumir y de creer. Esta buena amiga, me decía que la ilegalización del partido de los proetarras le iba a venir muy bien al PNV, porque va a servir para apuntalar ese concepto de persecución en el que algunos nacionalistas vascos se han instalado, a pesar de los más de mil muertos.

Me sorprende que después del largo camino recorrido, hoy más que nunca estemos a las puertas de una división tal que anule cualquier tipo de diálogo entre las partes. No obstante, la condición para ese diálogo siempre ha de ser quedar al margen a los terroristas y a aquéllos que secundan sus actos violentos. Hay algo terrible en ese discurso del resentimiento que provocan algunos nacionalistas y es el de aceptar el terrorismo por estar vinculado a la defensa de una identidad vasca.