XExn un sistema político democrático únicamente tiene cabida aquello sobre lo que se puede discutir con la palabra. Lo que no es susceptible de ser discutido mediante la contraposición de discursos y susceptible de ser resuelto, tras el debate, a través de la manifestación de voluntad individualizada de los ciudadanos en el ejercicio del derecho de sufragio, cae fuera de la vida política democrática.

Ahora bien, para que una discusión tenga sentido, es preciso un acuerdo previo sobre determinados principios que no pueden ser siquiera sometidos a discusión. En democracia se puede discutir casi todo, pero no todo. La vida y la muerte no pueden ser sometidas a votación. No pueden ser resueltas con base en el sufragio y la regla de la mayoría.

Justamente por eso, la irrupción de la muerte resulta incompatible con el debate político y, como consecuencia de ello, con el ejercicio del derecho de sufragio, que únicamente tiene sentido tras dicho debate. Esto vale para todos los momentos de la vida política democrática cualquiera que sea la intensidad con que la muerte irrumpe en ella. Pero la incompatibilidad es máxima cuanto más próximo esté el momento en que se tiene que ejercer el derecho de sufragio y cuanto más intensa sea la presencia de la muerte. Esto último es lo que ha ocurrido en grado superlativo con la brutal matanza de ayer en Madrid.

Y es así porque la muerte vicia el proceso de formación de la voluntad general, que es el centro de gravedad de toda democracia digna de tal nombre. Nuestro modelo de convivencia descansa en dos ejes: la libertad personal y la voluntad general. La democracia es el ejercicio de la libertad personal con el límite de la voluntad general, límite que se constituye mediante las manifestaciones de voluntades individuales a través del sufragio. La voluntad general es el elemento constitutivo de nuestra libertad personal.

Ahora bien, para que así sea la voluntad general tiene que poder constituirse libremente. Si falla esta premisa es nuestro sistema general de libertades el que se ve afectado. De ahí que si se vicia el proceso de constitución de la voluntad general, sea el propio sistema de convivencia democrática el que se ve desnaturalizado.

No ha habido ni una sola ocasión en que la muerte haya estado tan presente en el momento de la formación de la voluntad general como lo va a estar en éste. En el momento decisivo en que el ejercicio del derecho de sufragio tiene que ser al mismo tiempo el punto de llegada del debate que se ha producido en la pasada legislatura y el punto de partida del debate para la próxima, la presencia de la muerte impide el debate político y entorpece la reflexión privada que precede a la emisión del voto.

La muerte no puede ser debatida y resuelta mediante el ejercicio del derecho de sufragio, pero suspende el debate sobre todo lo que puede ser debatido y contamina el ejercicio del derecho sobre cualquiera de los asuntos que sí pueden ser resueltos a través del mismo.

Este era, obviamente, el objetivo buscado por los terroristas, a los que, con seguridad, les resultaba indiferente la identidad de las víctimas. Podían haber sido cualesquiera otras. Su objetivo era poner en cuestión la fiabilidad del proceso mediante el que se constituye la democracia como forma política.

Y lo han conseguido. Momentáneamente nada más, pero lo han conseguido. En su momento de máxima debilidad el terrorismo ha conseguido su mayor éxito hasta la fecha. Sea cual sea el resultado del próximo domingo, el proceso mediante el cual se ha llegado a él ha sido un proceso viciado y, en consecuencia, poco fiable. Ningún partido podrá decir que ha obtenido un mandato inequívoco del cuerpo electoral para hacer una determinada política, porque la muerte habrá sido un elemento determinante en el ejercicio del derecho de sufragio.

Esperemos y confiemos que ese triunfo sea momentáneo. Dependerá de cómo sea capaz de metabolizarlo la sociedad española y de cómo actúen los poderes públicos. El terrorismo puede ser manejado como un elemento de integración social, pero puede serlo también como un elemento de división y confrontación. Hemos visto qué uso ha hecho y continúa haciendo el presidente Bush del 11-S, incluso en campaña electoral y a pesar de la protesta de las familias de las víctimas y de los bomberos de Nueva York. El tiempo dirá lo que ocurre en nuestro país. Si el atentado sirve para recomponer la unidad de todos los partidos democráticos en este terreno, tal vez podamos acabar diciendo que no hay mal que por bien no venga.

*Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla