La corrupción y las promesas de regeneración se utilizan en la vida política unas veces como arma arrojadiza y otras como elemento de presión para conseguir contrapartidas. Algo de esto parece que ha ocurrido con el caso que afecta a la candidata de Ciudadanos al Ayuntamiento de Madrid, Begoña Villacís, una dirigente política que hasta ahora tenía una buena imagen, promocionada especialmente por el presidente del partido, Rivera. Pero la publicación de que era administradora junto a su marido de una sociedad patrimonial con dos millones en inmuebles que ocultó tres años al ayuntamiento (del 2015 al 2018) y que se utilizaba para pagar menos impuestos ha venido a empañar tan excelente porvenir. Cs ha acusado al PP de estar detrás de la filtración, en el marco de la guerra que mantienen por la hegemonía en la derecha. El caso afecta además a Cs, que se jacta de no estar afectado por la corrupción, y que basa su pugna con los populares en los numerosos escándalos que han sacudido al partido de Casado. Este asunto puede entorpecer un presunto plan de reparto de cargos entre el PP y Cs en la Comunidad de Madrid y la alcaldía. Al margen de que se trata de construir castillos en el aire porque nadie puede descartar la reelección de Carmena mientras sigue siendo incierta la batalla por la comunidad, estos cálculos muestran que, para los partidos, la corrupción es en muchas ocasiones solo un instrumento más para alcanzar el poder.