El iPhone 3G se ha convertido en el gadget de moda, el objeto mítico deseado por un gran número de ciudadanos justo en uno de los momentos álgidos de la crisis. De ahí las colas y la expectación en todo el mundo por un teléfono conectado a la red que, además, con sus intuitivas prestaciones y sus múltiples posibilidades de expansión y aplicaciones, se convierte, por sí solo, en una especie de símbolo de la modernidad. En España, Telefónica se ha hecho con los derechos exclusivos de comercialización, apostando por una línea intermedia entre la propuesta económica que formuló Steve Jobs, el magnate de Apple, y el elevado precio de otros países. Telefónica ha diseñado una curiosa fórmula gracias a la cual a más compromiso (y más gasto), más barata (incluso gratis) resulta la compra del móvil. Es una propuesta de fidelización agresiva que busca, entre otras casas, ampliar significativamente el número de clientes a costa de otras compañías.

También es cierto que el fenómeno iPhone, desde su nacimiento, se ha restringido a un público enganchado a las últimas novedades de la tecnología. iPhone es un icono, algo más que un juguete y algo menos que una necesidad. Está per ver si su fulminante entrada en el mercado se consolidará, más allá de la novedad, en una sólida alternativa de amplio espectro. Por lo pronto, no estaría mal que Telefónica no dejara a Extremadura, como pasó el viernes, en ayunas de nuevos aparatos, en contraposición al gran despliegue en otras partes de España.