Nadie como Ismael Díaz (Avilés, 1965), encarna, en los tiempos que corren, el encumbramiento y la caída de un entrenador de fútbol. El técnico asturiano, que encabezó un glorioso tramo liguero el pasado año con el Cacereño, llegando a situarlo líder de Segunda B, ha visto cómo el camino entre la gloria y el infierno es muy corto en el deporte.

Hace poco más de un año todos admiraban su valentía, amparada a veces en tácticas revolucionarias. Ahora, también muchos le señalan como auténtico protagonista del descenso del Cacereño. Sus fobias hacia jugadores vitales en el club y, quizá, su acumulación de poder --ha asumido la dirección deportiva, pero también ha estado detrás de muchas decisiones extradeportivas-- son algunos de los muchos argumentos que casan con su desquiciamiento final, aderezado por múltiples equivocaciones en los fichajes, auténtica raíz del desenlace negativo.

Durante los últimos meses ha estado muchas veces más pendiente de lo que ha dicho de él la prensa que de otra cosa. Y ha culpado a ésta y al entorno de la situación. Una paradoja: aun así, no rehúye entrevista alguna, pero su exceso de celo le resta protagonismo. Está claro: este amigo-admirador de Valdano se parece en algo a otro que también fracasa este año.

JOSE MARIA ORTIZ