WIwsrael presentó ayer una propuesta de alto el fuego al Líbano horas después de que un misil disparado por Hizbulá desde suelo libanés causara ocho muertos en Haifa. Sería una ingenuidad suponer que nos hallamos en el inicio del enfriamiento del conflicto en el que está comprometida la poderosa máquina militar israelí. La incapacidad para detener la escalada demostrada por la comunidad internacional, doblemente representada estos días por la ONU y por la reunión del G-8, hace pensar justamente en lo contrario, mientras se multiplican las opiniones que dan por enterrado el proceso de paz, confiado en su día a los acuerdos de Oslo y, más recientemente, al cuarteto: EEUU, Rusia, la UE y la ONU. Todas las señales recogidas por Occidente en Oriente Próximo durante los últimos años hacían presagiar que la frustración palestina, la militarización de los espíritus en Israel y el ascenso sin pausa de los fundamentalistas musulmanes constituían una mezcla explosiva. Este panorama próximo al caos ha sido ideal para Israel, que está a un paso de reocupar la franja de Gaza y restablecer una zona de seguridad al sur del río Litani, en territorio libanés. Con la relativa tranquilidad que le da tener relaciones diplomáticas con Egipto y Jordania, y las pocas ganas de las petromonarquías de estropear la marcha de los negocios en nombre de la causa palestina. Pagarán los de siempre.