Los electores israelís tienen dentro de tres semanas la oportunidad de elegir nuevos líderes con el coraje suficiente como para pagar el precio político que sea necesario con el fin de detener la espiral de violencia que está desangrando a su país casi tanto como a la nación palestina. Hasta hace muy poco, todo indicaba que Sharon iba a repetir como primer ministro e incluso con una mayor legitimidad para continuar con su táctica de tierra quemada que sólo ha multiplicado los sufrimientos de ambas partes. Pero los últimos escándalos de compra de votos en el Likud están debilitando al partido de los halcones y la fragmentación del panorama político israelí podría dar una sorpresa. Y no porque los laboristas puedan ganar --ya que los sondeos muestran que no sacan provecho del desgaste de sus grandes rivales--, sino porque es más que probable que la gobernabilidad dependa de nuevo de un Gobierno de "unidad nacional" en el que el nuevo líder laborista, Amram Mitzna, se negará sin duda a ser cómplice de la obcecación militarista, como fueran Peres y Ben Eliezer. Los intentos judiciales de acallar a la minoría árabe tampoco lograrán más que enconar el enfrentamiento. Sólo cabe confiar en que se imponga la sensatez.