En Italia no hubo sorpresas. Como anunciaban los sondeos, ganó con contundencia (por casi 20 puntos de diferencia) el no a la reforma constitucional y dimitió el primer ministro Matteo Renzi. Una reforma mejorable, pero necesaria en muchos aspectos, sobre todo en el que ponía fin al bicameralismo perfecto, con poderes iguales para la Cámara de Diputados y el Senado, vigente desde 1948 como cortafuegos para impedir caudillajes como el de Mussolini. La pérdida de poder del Senado y la prima al partido ganador llevaban aparejadas un reforzamiento del poder del Ejecutivo, conveniente para acabar con la perpetua inestabilidad.

Pero todo eso ha sido barrido por la mayoría de los italianos, que han seguido la pulsión de moda de votar contra las élites y contra la política del establishment, aunque en Italia se produce la paradoja de que la victoria del no deja las cosas como estaban porque la opción de cambio se hallaba en el sí a la reforma. Renzi, con sus errores de metodología parlamentaria, con su exceso de confianza y con el desafío de ligar su cargo al resultado del referéndum, es en última instancia el responsable de que se pierda una oportunidad, la de cambiar el viejo sistema italiano. Por el momento, para salvar la cara ante Bruselas, el presidente de la República, Sergio Mattarella, le ha pedido a Renzi que permanezca en el cargo hasta que el Parlamento apruebe los Presupuestos, lo que podría suceder esta semana. Después, Mattarella probablemente encargará la formación de un Gobierno técnico, entre otras razones porque nadie quiere ir a las urnas con la misma ley electoral que el referéndum pretendía abolir.

Aunque las bolsas se recuperaron tras la caída inicial y pese a la calma pregonada desde Bruselas, lo menos que se puede decir es que el no italiano aumenta la incertidumbre que se extiende por Europa. Italia sufre una frágil situación económica, con una banca en posición muy comprometida, necesitada de capitalización y con una altísima morosidad. La inestabilidad política en Roma solo puede influir negativamente en una UE en la que la buena noticia de la derrota de la extrema derecha en Austria no debe hacer olvidar que el 46% de los austriacos votaron al candidato ultra, peligroso precedente de lo que puede ocurrir en Holanda, Francia o Alemania en los próximos meses.