Decir que el centroizquierda ha ganado las elecciones regionales italianas es matemáticamente correcto. Asegurar que Silvio Berlusconi reafirma su liderazgo también puede ser técnicamente exacto. Sin embargo, ambas afirmaciones esconden una realidad bien distinta. Ganar, como ha hecho el Partido Democrático, en 7 de las 13 regiones en las que se votaba el domingo y el lunes no es ningún éxito cuando se han perdido cuatro regiones en las urnas, alguna de ellas como el Piamonte, de larga y sólida tradición de izquierdas. Tampoco lo es quedarse en segundo lugar en porcentaje de votos.

Los comicios no han sido el plebiscito que Berlusconi buscaba y para el que se había implicado en primera persona como mecanismo defensivo ante los escándalos de diversa índole en los que aparece como protagonista. Ciertamente, la mayoría que gobierna en Roma ha ganado las elecciones, pero quien puede reclamar el verdadero triunfo es la Liga Norte de Umberto Bossi. Su avance ha sido espectacular, y no solo por el número de votos sino porque ha conseguido hacer visible aquella Padania imaginada a finales del siglo XX como trasunto de una organización de ciudades libres medievales. Desde este lunes, todo el norte de Italia, desde Francia hasta Eslovenia, es un bloque compacto gobernado por la Liga.