La opinión más generalizada asegura que América Latina giró hacia la izquierda. Desde el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 a la reciente ascensión de Evo Morales en Bolivia, el subcontinente ha sido sacudido por un seísmo político de causas múltiples y consecuencias inciertas. Más de 300 de los casi 400 millones de latinoamericanos tienen gobiernos de centroizquierda. El llamado consenso de Washington retrocede ante el empuje de una izquierda plural en sus objetivos y estrategias. El fin de la guerra fría, que suprimió o atenuó la pugna ideológica, y las insuficiencias palpables del desarrollo, en un hemisferio agobiado por la mayor desigualdad del planeta, explican tanto la resurrección del populismo cuanto el éxito de coaliciones tecnocráticas inspiradas en la socialdemocracia, los dos polos, a veces antagónicos, del ímpetu general de la izquierda. La aparente indiferencia del presidente Bush , atrapado en conflictos más lejanos, preside la deriva izquierdista y el avance del antiimperialismo ancestral no exento de demagogia.

La integración continental, por el contrario, en vez de progresar, está estancada o amenaza ruina. Venezuela dinamita la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Mercosur, el más ambicioso proyecto comercial, hace aguas por la rivalidad de Brasil y Argentina y el conflicto argentino-uruguayo por las papeleras. La nueva presidenta de Chile desoye la reivindicación ancestral de Bolivia, persiste el malestar histórico entre Buenos Aires y Santiago, y el Brasil de Lula , locomotora continental, se irrita por las nacionalizaciones de Morales. El caudillo venezolano alimenta el indigenismo con dólares que proceden del aumento incesante del precio y de las exportaciones de petróleo hacia EEUU. Insatisfecho con Mercosur, el presidente uruguayo, el socialista Tabaré Vázquez , pretende negociar con Washington un tratado de libre comercio. La democracia, sin embargo, goza de buena salud, quizá porque el perfil socioeconómico de la región justifica la existencia de gobiernos izquierdistas, aunque no aminora las tensiones entre un centroizquierda reformista y socialdemócrata, heredero de las élites criollas o mestizas, como en Chile, Uruguay y Brasil, bastante desarrollados como para oír las sirenas del librecambio, y el indigenismo radical, nacionalista y proteccionista que prevalece en Bolivia y se agita en Ecuador y Perú, los tres países con los porcentajes más elevados de población amerindia.

XLOS AÑOSx 90 del pasado siglo, con el hemisferio dominado por gobiernos neoliberales, delimitaron una época excepcional y, a la postre, presidida por el crecimiento insuficiente y el fracaso definitivo de las élites tradicionales. Por eso, algunos dirigentes reformistas, como el presidente socialdemócrata de Costa Rica, Oscar Arias , sugieren que el auténtico impulso político es hacia el centro e incluye reivindicaciones concretas de desarrollo y soberanía, eficiencia y combate contra la corrupción, emancipación y participación de amplias mayorías históricamente preteridas, pero también un rechazo del proteccionismo. Como demuestran la experiencia de Chávez y el ensayo de Morales, la ideología marxista tiene en América Latina una fuerza de la que carece en otros continentes, debido tanto al arraigo de la plaga del populismo, como a la influencia de una de las pocas dictaduras comunistas que sobrevivieron al terremoto de 1989: la de Cuba, desde donde Fidel Castro aviva el fuego del sector progresista radical que rechaza el reformismo socialdemócrata y la globalización de los mercados, aunque el castrismo resulte ser mucho más una retórica romántica que un modelo a imitar. Los hidrocarburos, que podrían favorecer la integración, se han convertido en un factor de fragmentación, al echar gasolina sobre la disputa ideológica. El "socialismo bolivariano" del presidente Chávez es una amalgama explosiva de populismo, nacionalismo e intervencionismo cuyos oropeles son la exaltación étnica y el antiimperialismo. Una estrategia que suscita innumerables recelos y contradicciones cuando lanza el proyecto de un inmenso gasoducto para exportar gas venezolano a Brasil y Argentina en abierta concurrencia con el gas boliviano que Morales necesita vender.

La izquierda plural, pragmática o ideológica no coincide en las recetas y ni siquiera en los fines. Los socialdemócratas reconocen el fracaso del neoliberalismo a escala continental, pero aprecian el mercado del gigante norteño y se rigen por el pragmatismo en sus relaciones con Washington. El Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), lanzado por Bill Clinton en 1994, se ha convertido en un fracaso diplomático para George Bush , pero el librecambio funciona a escala bilateral entre Washington y los gobiernos reformistas más exitosos. La economía de Chile, tras 15 años de inspiración socialdemócrata, es la más eficaz de todo el continente. Por el contrario, el populismo étnico y anticapitalista encarnado por Morales, azuzado y subvencionado por Chávez, poco cuidadoso de la seguridad jurídica, sigue un camino que no es inédito, pero sí arriesgado, sin presentar resultados encomiables. No se sabe muy bien si señala hacia una nueva era o enmascara un anacronismo sin futuro. Las elecciones del 4 de junio en Perú serán una prueba para saber si ese populismo avanza con Ollanta Humala o queda frenado por el retorno de un socialdemócrata tradicional como Alan García .

*Periodista e historiador