La despedida de Michael Jackson fue una mezcla de funeral laico, espectáculo y fenómeno de masas global, servido en directo por televisión e internet. Si sorprende que se someta a sorteo la asistencia al homenaje fúnebre, y si aún lo es más el escenario --el pabellón donde juegan Los Angeles Lakers--, que finalmente el acontecimiento se vista con los ropajes del show business no es más que una consecuencia de todo lo anterior.

Seguramente, la cultura de masas sea inseparable de estos nuevos usos, tan alejados de las convenciones sociales más extendidas. Pero si un artista como Jackson fue capaz de programar en Londres varias decenas de conciertos multitudinarios y vender todo el papel mucho antes de la primera representación, no debe extrañar que las cifras de asistencia y audiencia se desborden en la última despedida.

En verdad, lo que en realidad hubiera sorprendido habría sido justamente lo contrario, porque en la sociedad de la información y de las nuevas tecnologías la notoriedad y el seguimiento de los creadores no conoce barreras, y es la globalización cultural la que fija leyes nuevas de aplicación universal.