TEtn Río de Janeiro acaban de empezar los XXXI Juegos Olímpicos con un desfile solemne, paramilitar. Las delegaciones, pequeños ejércitos de élites de las élites, encabezados por las banderas de los países, se exhibían. El ritual arcaico de la marcha por naciones es el núcleo de la despiadada competición olímpica. El resto, fanfarrias y fuegos de artificio más o menos vistosos, es para disimular. De los Juegos Olímpicos de la era moderna destacan siempre tres cosas. La ciudad anfitriona, la organización y sobre todo, por encima de todo, el medallero. Los Juegos son una competición global que gana quien más medallas de oro obtiene. Cada país manda a sus mejores deportistas, entrenados con técnicas muy sofisticadas que fuerzan al límite la máquina del cuerpo. Por mucho que a la gente normal nos digan que lo importante es participar, solo cuentan las victorias, las medallas, subir al podio. Todos lo demás son perdedores, una enorme pandilla de fracasados. Se les valora el esfuerzo pero no se les premia el resultado. Vuelva dentro de cuatro años, si aún aguanta la presión. Los países que se lo pueden permitir invierten enormes sumas y esfuerzos para obtener medallas. Somos los mejores. Somos los más fuertes. Somos los más ricos. Somos invencibles. Quien conozca un poco las olimpiadas de la antigua Grecia, no se extrañará de que aquel espíritu tan duro y competitivo perdure después de casi tres milenios. Las olimpiadas eran sagradas. Se celebraban en honor de los dioses, al pie del Olimpo, la montaña donde residían. Cada ciudad-estado griega enviaba también a sus mejores atletas, todos ellos guerreros, claro está, ya que no había diferencia. La victoria también era una demostración de superioridad, ante todo en el terreno militar. Los vencedores ganaban gracias a la protección de los dioses y adquirían la sacra categoría de invencibles. Los Juegos antiguos duraron mucho más de mil años, hasta que el cristianismo triunfante los prohibió, por paganos, y no resucitaron hasta que, a finales del XIX, el cristianismo empezó a perder el control sobre la moral de sus adeptos. Tras el largo paréntesis, 15 siglos de olvido, los únicos cambios significativos son la pérdida del carácter sagrado de los Juegos --no del simbólico, ni del ritual-- y la participación femenina, si bien en categorías específicas.

XTAMPOCOx podemos evitar echar un vistazo al país y la ciudad anfitriones. Los brasileños continuarán agradando. La ceremonia inaugural fue contemplada en todo el mundo. Si lo comparamos con el de hace cuatro años en Londres, fue un espectáculo de bajo presupuesto pero de altos vuelos imaginativos. A fin de cuentas, Brasil estalla de ritmos y colores. Pero, de estos Juegos, ni Brasil ni Río saldrán muy bien parados. Si la organización no ha sido lo bastante eficiente se darán las culpas a la corrupción, galopante, que ha ocasionado el caos y la crisis económica y ha llegado hasta la cima del poder con la destitución de la presidenta Dilma Roussef . En este sentido, puede ser útil trasladar una anécdota significativa al lector. A comienzos de la época Lula , una docena de años atrás, un amigo, empresario instalado en una ciudad mediana de Brasil me explicaba que, tras un par de meses de vacaciones en Barcelona, se encontró con el nuevo alcalde, antes un prestigioso sindicalista. ¿Saben qué es lo primero que le dijo, con gran chulería, después de abrazarlo? "¡Ya me he hecho rico!" En este periodo, Brasil ha crecido mucho gracias a las materias primas, pero son innumerables los dirigentes de izquierdas que se han llenado los bolsillos. De un modo tan flagrante que la depresión es pre y no posolímpica.

A pesar de la mala imagen, Brasil aumentará el número de medallas, tanto de oro como de las otras. Si en los Juegos de Pekín y los de Londres obtuvo tres de oro y unas 15 en total, ahora las multiplicarán. Premiar injustamente al país anfitrión forma parte del impúdico ritual olímpico. Como sabe todo el mundo, Estados Unidos gana siempre, y más después del declive y las trampas de Rusia. La plata global es para China, faltaría más. Pero hace ocho años, los chinos ganaron más medallas de oro que los americanos porque se trataba de sus Juegos. Después ya no. El día que vuelvan a ser los primeros, ya podremos dar por sentado que China ha pasado a ser el país más poderoso del mundo.

Apunte final sobre Europa. El total de las medallas de oro obtenidas por los países miembros de la Unión es superior a la suma de las de EEUU y China. Quizá por ello, porque en el mundo manda quien manda, y no por los egoísmos internos que aducimos, los Estados Unidos de Europa son inviables. ¡Viva el deporte!