Esta semana me sorprendía en uno de los telediarios del mediodía por los que alternamos y zapeamos en apacible consenso familiar, la noticia y la imagen de una calle céntrica de Barcelona que tuvo que ser cortada al tráfico casi 24 horas para limpiar la cera que 200.000 personas habían vertido con las velas que encendieron por el encarcelamientos de los dos grandes agitadores callejeros del proceso independentista, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart.

A mí eso me pareció un ejemplo formidable del sainete y el enredo en que ha desembocado un proceso de más de 30 años en el que por las razones que sean la parte más desahogada, influyente y políticamente activista de Cataluña ha ido cultivando con mimo, inteligencia, marketing, y mucho dinero público, la tendencia a irse de España dando un portazo.

Sainete porque entre los grupos políticos municipales de Barcelona que protestaron, y con razón, por el corte durante tanto tiempo de la Diagonal estaba el Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCat), la nueva franquicia representativa de la burguesía y clase media independentistas, surgida del hundimiento por corrupción manifiesta, y desbordamiento político por el argumento secesionista, de Convergencia y Unión.

El PDeCat heredero de los Pujol, de Mas, y en manos ahora del Mesías final que llevará a la independencia, Carles Puigdemont, el mismo que financia directamente o mediante empresas y siempre con dinero público a la red movilizadora callejera de Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) y Omnium Cultural, es el que ahora se escandalizaba por la cera vertida por sus fieles devotos, aunque solo fuera por echarle la culpa a la alcaldesa Colau por no haber previsto una limpieza rápida. ¿Qué habrá pensado la señora alcaldesa de Barcelona de este episodio del enredo en buena parte ridículo en que un conjunto de insensatos --muchos muy bien pagados-- han metido a ocho millones de catalanes y de paso a otros 38 millones de españoles?

Me parece por otro lado llamativa la coincidencia de esta suciedad pública, que es la misma que en muchas ciudades dejan, por Semana Santa, las procesiones, con licencia desde una manifestación religiosa determinada, pero muy delicada políticamente de encauzar al parecer, y que además desde opciones de izquierda se defiende como motor turístico, de riqueza y empleo, coincidente digo con estos fieles echados a la calle en un pispás por la llamada de ANC y Omnium para pedir la libertad de los dos grandes agitadores --lo hacen muy eficazmente--, los Jordis, que de momento son los que han pagado el pato de los delirios y las bravatas de otros.

Se trata no de dos presos políticos, sino de dos políticos presos. La política, que yo entiendo por reducción como la gestión de los asuntos colectivos, se ejerce ya en el seno de la familia, priorizando gastos, intentando buscar el bien común por encima de los individuos, continúa sin ir más lejos con las decisiones en la comunidad de vecinos, en la empresa donde uno trabaja, en los clubes deportivos o recreativos. Jordi Sànchez y Jordi Cuixart son depositarios de un poder político enorme, el de haberse adueñado de la calle en Cataluña --mejorando las ínfulas de Fraga Iribarne--, sin haberse presentado a elección alguna acorde con el caudal descomunal de influencia y responsabilidad que la Generalitat viene depositando en ellos.

Cuando se publique este artículo ya se habrá activado el artículo ‘quincecinco’ (155) de la Constitución, y deseo que no cause mayores problemas. Estamos en un país en el que frente a otros efectos positivos, la estructura autonómica ha favorecido enormes islas de desconocimiento, ha remachado arquetipos y clichés casi siempre negativos de unos y otros. Cataluña es un país --siempre recordaré cómo Camilo José Cela dijo en Torremejía que Extremadura es un gran país-- con muchísimas más virtudes que defectos, pero tenemos que hablar, tenemos que intercambiar.

Quiero saber en detalle, para solucionarlo, qué derechos insatisfechos y agravios, aparte de la necesidad de que se les reconozca aunque sea a título nominal como nación, son los motivos de este independentismo que citaba hace poco en la radio una profesora de la Universidad de Gerona y excomponente del gobierno catalán socialista de Montilla. Hay que conocerse, hay que hablar, hay que hacer un esfuerzo máximo de comprensión y cesión por parte de todos, con el único interés de satisfacer la igualdad de oportunidades dentro de esta construcción histórica, España, centenaria.