Hace poco tuvimos en clase un curioso debate a raíz de que un alumno protestara de que los escritores falangistas estuvieran, según él, ausentes del currículo de secundaria, a su entender por criterios gubernamentales. Hablaba, claro, desde la pasión ideológica y el desconocimiento. Si tenemos en cuenta la cantidad y calidad de su obra, están bastante más presentes (ese adjetivo que tanto gustaba a los falangistas: «¡Presente!») que los exiliados republicanos.

Su protesta fue interesante por los argumentos que traía a colación: decía que tanto Andrés Trapiello como Jordi Gracia habían reivindicado a esos autores. Trapiello diría que él los rescató solo estéticamente y solo a algunos; Gracia que basó su interés por Dionisio Ridruejo en que renegó del falangismo y pasó a la oposición democrática. Que sepan ambos que en esas sutilezas no paran quienes todo lo amalgaman.

Aquel alumno pedía que en las aulas se leyera Madrid, de corte a checa, de Agustín de Foxá, novela que narra como episodio memorable cuando los falangistas destrozaron los almacenes SEPU, porque sus propietarios eran judíos. También hablaba de la «literatura de la División azul», libros testimoniales en los que se refleja el desprecio hacia los judíos, a los que estaban exterminando los nazis a los que servían como tropas auxiliares los divisionarios.

En una Europa donde si hay un consenso es el del Holocausto como el mayor crimen hacia una población indefensa, sería una innovación llamativa desde España fomentar esas lecturas, que tampoco cumplen con los contenidos transversales de «educación para la paz». Ni con la «educación para la igualdad entre hombres y mujeres». El falangismo, como todos los fascismos (también los nuevos), era bastante machista. Para los nazis, las mujeres debían limitarse a las tres k (Kinder, Küche, Kirche: niños, cocina, iglesia) y los falangistas lo habrían suscrito.

La Falange sigue fascinando de vez en cuando a algún muchacho (rara vez a una muchacha), aunque como suele pasar, su énfasis en la virilidad a veces adquiere ribetes sospechosos. Las tropas de asalto nazi eran dirigidas por el homosexual Ernst Röhm, y no faltan indicios de que Hitler también lo era. En la novela Camisa azul. Retrato de un falangista, de Felipe Ximénez de Sandoval, el protagonista admira el «cuerpo magnífico» de un camarada de combate. Ese mismo autor escribió José Antonio. Biografía apasionada, donde no ahorra epítetos de enamorado.

Siempre me ha llamado la atención ese culto al «Ausente». Recuerdo, cuando fui por primera vez al Instituto Cervantes de París, cómo la bibliotecaria, muy atenta, me mostró la que llamó «sección facha» en el sótano, donde sobre cientos de libros excluidos de préstamo campeaba un retrato del fundador de Falange. Ante mi extrañeza, dijo que «él también fue una víctima». A Franco le vino de maravilla quitarse a ese competidor en su liderazgo, pero ahora, si el caudillo solo es elogiado por seres caricaturescos, el otro, que elogiara la «dialéctica de los puños y las pistolas» y negociara la ayuda de la Italia fascista a la sublevación, no tiene tan mala prensa. En la Extremadura de preguerra, en la competición por los jóvenes que mantenían las Juventudes Socialistas y la Falange, esta tenía una tentadora oferta de lanzamiento: junto al carnet de militante regalaban una pistola, con munición incluida.