Jóvenes españoles 2010 es el título del informe elaborado por la Fundación SM que tras un amplio cuestionario a 3.513 jóvenes comprendidos entre los 15 y 24 años ha concluido que los jóvenes de hoy se sienten derrotados y seguros de que ellos van a vivir peor que sus padres. Sus motivos tendrán los expertos para haber elegido esta franja de edad que personalmente se me presenta como demasiado amplia en el sentido de que los jóvenes de 15 años tienen vivencias, perspectivas y preocupaciones que no son las de jóvenes de 24 años, ya en edad de trabajar y con sus estudios concluidos. A los 15 años se está en plena adolescencia y a los 24 cuando menos se intuye que una etapa de su vida ha concluido. No obstante, los expertos habrán tenido sus motivos para meter en el mismo saco a situaciones que objetivamente son bien distintas.

Con todo, ahí están los resultados y aunque el estudio ofrece multitud de sugerencias para el análisis y la reflexión, hay dos cuestiones muy dignas de mención. Una, la alta consideración y puesta en valor de la familia y, por otro, el abatimiento con que nuestros jóvenes observan el futuro, hasta el punto de estar convencidos de que el esfuerzo no siempre es rentable y que, además, ellos van a vivir peor que sus padres.

La familia y lo que la misma supone de referente, de reducto de seguridad y de elemento que garantiza, cuando menos, las necesidades básicas es un valor que está ahí, que no ha decaído con los tiempos y que cuando estos son de crisis e incertidumbre se convierte en un bien especialmente apreciado. ¿A dónde mirar cuando uno se siente perdido?

Nuestros jóvenes, con su abatimiento, intuyen muy certeramente que ellos van a vivir peor que sus padres. Y es verdad. En los inicios de la actual crisis ya hubo más de uno que aventuró que de la misma saldríamos no sólo con profundas reformas estructurales sino con un cambio drástico en nuestras vidas. Cuando salgamos de la crisis, necesariamente, nada va a volver a ser lo que ha sido.

Necesariamente se vivirá de otra manera porque será necesario someter a un drástico recorte nuestras apetencias materiales. Sin remedio, nos tendremos que acostumbrar a vivir con menos, rompiéndose así lo que parece una evolución natural de las cosas. Los que ahora tenemos hijos hemos vivido y vivimos mejor que nuestros padres y ellos, nuestros padres vivieron mejor que nuestros abuelos. Este orden que parecía natural ha dejado de serlo y aunque a nosotros, padres, nadie nos había avisado de ello, tendremos que preparar a nuestros hijos para que entiendan que ese vivir peor será, en realidad vivir distinto sin que ello tenga que conllevar frustración.

Ese futuro está ya y es lamentable, aunque en muchos casos muy comprensible, que nuestros jóvenes integrantes de uno de los mejores países del mundo se sientan abatidos, como si nada tuviera remedio. Urge hacerles ver que el esfuerzo, el sacrificio, la confianza en uno mismo, son valores que en sí mismos contribuyen a la salida del túnel. Cualquier cosa menos renunciar a comerse el mundo que es lo que toca cuando se es joven.