XAxriel Rot es de esos hombres a los que uno envidiaba cuando joven. Guapo, extranjero, cantante y guitarrista de Tequila , qué más se le podía pedir a la vida. Famoso y rico antes de los treinta años. Siempre de un lado para otro, como un billete falso o como una mala noticia. No había una sola chica que no hubiera dado cualquier cosa por estar cerca de él un par de horas. Y qué decir de los chicos, sino que habríamos vendido el alma al diablo por parecernos a él, incluso por ser él mismo. Pero no pudo ser. A lo más que llegamos fue a saltar al ritmo de sus canciones, a gritar que "lo que necesito es un trago, para poderme estabilizar", y a vivir en aquellos pantalones de tubo que ellos pusieron de moda. Las letras de sus canciones tenían la profundidad de un dedal; aun así, las coreábamos como si fueran la nueva Marsellesa , por escandalizar. Sus versos traían más lujo de pelos que de imágenes literarias, pero ni falta que hacían, porque su revolución no era una revolución intelectual, sino estética, de pura pose, de atrapa el dinero y corre, como luego se vio. Los primeros en percatarse de estas falsedades del famoseo y en ponerlas sobre el tapete fueron dos americanos, Guy Peellaert y Nick Cohn , en un libro llamado Rock dreams , donde despellejaban a los grandes mitos del rock mundial. Su intención era mostrar el lado oscuro de aquellos chicos descerebrados que se estaban haciendo ricos a costa de cantarles coplas al sexo, a las drogas y al rock y vendiéndoles una utopía de cartón piedra a los jóvenes de la época que, dicho sea de paso, caían mientras tanto como chinches aplastados por la poca edad, el poco seso y los muchos vicios.

Extremadura, que ya aspiraba a salir del infierno de ese analfabetismo radical que aún hoy da terribles coletazos, se apuntó con entusiasmo al desenfreno de aquellos finales de los años setenta en los que todo valía mientras llegase avalado por una canción de moda. Por Cáceres y por Badajoz surgieron bandadas de jóvenes que se enganchaban al humo azul y a la canción protesta como a una bandera de guerra que los alejara del arado, de los mostradores de ultramarinos, de la mediocre vida de talega y andamio que les ofrecían sus padres como futuro. Si en otros lugares fueron Elvis y Morrison, Joplin o Jagger , aquí fueron Tequila, Moris, los Burning los que vendían en cada disco un mundo joven y fugaz al que había que sacarle los jugos cuanto antes, beberlo de un trago rápido y escandaloso. Les hacia gracia convertirse en profetas de Satanás, como se llamaban a sí mismo los Burning .

Han pasado algunos años desde aquello; los Burning han muerto por sobredosis o por cirrosis, y ya nadie se acuerda de quién era Moris . Casi los teníamos olvidados, cuando sale Ariel Rot confesando sus penas en un periódico, admitiendo que por aquellos entonces se llegaba hasta la puerta de cualquier colegio, le pedía a las niñas que subiesen a su furgoneta de famoso y se las llevaba por ahí, a hacerlas pasar un buen rato. Y uno se pregunta qué ocurriría si esta confesión la hiciera un hombre al que no respaldara el chaleco antibalas del éxito. No sé, pero lo más probable es que acabase linchado en la misma salida del periódico. Sin embargo, ha quedado de manifiesto con el episodio de Farruquito que la gente perdona con una generosidad inaudita la vileza de sus ídolos. Una cosa curiosísima.

Sea como fuere, yo también me alegro de volver a ver a Ariel Rot en plena actividad, aunque le noté un poco ojeroso, envejecido. Y me pregunto si no será que esa mala cara se la provoca insomnios producidos por los retrasos nocturnos de sus hijas, que acaso anden por ahí espatarringadas en los asientos traseros de cualquier furgoneta de cualquier tipo que trae en los labios una canción de moda y un cigarro de la risa. Por su bien, espero que se trate de un tipo famoso, sino puede acabar metiéndose en un buen lío.

*Escritor