WLw a beatificación de Juan Pablo II ayer constituyó un acto de una espectacularidad acorde con el objetivo principal que con la ceremonia persigue el Vaticano: ganar adeptos para la Iglesia católica en una época en la que es objeto de críticas. Karol Wojtyla, el Papa polaco que durante 27 años dirigió la Iglesia, era un hombre carismático, y su influencia en acontecimientos históricos como el hundimiento de los regímenes comunistas no fue menor. Su sucesor, Benedicto XVI, tiene un perfil personal muy distinto, pero en lo doctrinal mantiene la misma línea, y ayer resaltó que fue un estrecho colaborador de su predecesor. Esta sintonía tiene otra poderosa manifestación en la rapidez con que Ratzinger ha beatificado a su antecesor, fallecido hace apenas seis años. La exposición del ataúd con los restos de Juan Pablo II, ayer en la basílica de San Pedro, es quizá la culminación simbólica del valor de talismán que el Vaticano concede al anterior Papa, que es probable que en pocos años sea elevado a santo.